RIQUEZA, trabajo, reparto y una factible renta básica configuran el silogismo del futuro español. Ejemplos en el mundo ya hay. Un informe de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) compara la media de dedicación en cómputo de tiempo y resulta que el español estadístico viene a trabajar doscientas noventa y ocho horas más que un alemán y trescientas cinco por encima del cómputo anual en jornadas laborales de un holandés. Siempre me fascinó oír hablar de esa prosperidad para el mundo, de disponer de tiempo para liberar el cuerpo y enriquecer el espíritu. La cultura de ocio consiste en disponer de tiempo (equiparable a dinero) para dedicarlo a actividades enriquecedoras del espíritu, mientras el esfuezo para conseguir los bienes materiales precisos ha de reducirse.
El exacerbado individualismo, alimentado por un narcisismo inculcado, pervierte esa vida buena, es la pera en dulce de los grandes partidos políticos, la tácita obsesión por la fagocitación social sin interconexiones, individuos aislados componiendo una gran masa para evitar el auténtico bienestar genérico.
España aún goza de un gran sistema sanitario público. El mismo denuedo hay que poner en un trabajo repartido (del que realmente existe) y bien remunerado para todos, algo digno de estudio en un plan mundial de distribución más equitativa de la riqueza y el trabajo. También, en conseguir garantizar un promedio mínimo de ingresos para todos, incondicional y permanente primero en casos de paro desde el primer momento. Si existen países que ya registran jornadas laborales más reducidas y son también precisamente los que mayores ventajas ofrecen a los trabajadores, ¿por qué no emularlos? Según los cálculos de la OCDE los daneses son los ciudadanos con los sueldos más elevados. En la misma cumbre dorada se cuentan países como Francia, Islandia, Irlanda y Luxemburgo. Suiza, aparte de ser la madre patria de la banca y de las saneadas cuentas, registra la mayor cobertura de la Seguridad Social. Que la política persiga esta meta y no lo inconfesable.
El exacerbado individualismo, alimentado por un narcisismo inculcado, pervierte esa vida buena, es la pera en dulce de los grandes partidos políticos, la tácita obsesión por la fagocitación social sin interconexiones, individuos aislados componiendo una gran masa para evitar el auténtico bienestar genérico.
España aún goza de un gran sistema sanitario público. El mismo denuedo hay que poner en un trabajo repartido (del que realmente existe) y bien remunerado para todos, algo digno de estudio en un plan mundial de distribución más equitativa de la riqueza y el trabajo. También, en conseguir garantizar un promedio mínimo de ingresos para todos, incondicional y permanente primero en casos de paro desde el primer momento. Si existen países que ya registran jornadas laborales más reducidas y son también precisamente los que mayores ventajas ofrecen a los trabajadores, ¿por qué no emularlos? Según los cálculos de la OCDE los daneses son los ciudadanos con los sueldos más elevados. En la misma cumbre dorada se cuentan países como Francia, Islandia, Irlanda y Luxemburgo. Suiza, aparte de ser la madre patria de la banca y de las saneadas cuentas, registra la mayor cobertura de la Seguridad Social. Que la política persiga esta meta y no lo inconfesable.