La UGR, como parte de la Red Española de Universidades Promotoras de Salud (REUPS), este mes de noviembre, en su tercera edición de la iniciativa "Un mensaje saludable por un objetivo común" y coincidiendo con la celebración día Internacional de la lucha contra los Trastornos de la Conducta Alimentaria, acompaña a la Dra Rodriguez en el análisis de la incidencia de los TAC en la sociedad actual y el impacto de pandemia en su prevalencia.
La Dra. Sonia Rodríguez forma parte del grupo de investigación HUM-388 (Psicofisiología Humana y Salud) y cuenta con amplia experiencia docente, investigadora y asistencial en el ámbito de los TCA. Especialista en Psicología Clínica y de la Salud participa en el programa asistencial para TCA de la Clínica de Psicología de la Universidad de Granada.
Los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) son enfermedades severas, complejas, que pueden suponer un riesgo para la vida por el alto impacto mental y físico. Estos trastornos pueden afectar a personas de todas las edades (aunque normalmente se inician en la infancia y adolescencia), siendo más frecuentes en mujeres y en países occidentales. Además, los TCA alcanzan una de las tasas más altas de mortalidad de todos los trastornos mentales y conllevan una significativa carga personal, interpersonal, social y económica.
Los TCA muestran una alta comorbilidad con otros trastornos mentales y físicos que pueden preceder, coexistir o surgir como complicaciones del propio TCA. Entre los trastornos mentales ellos se encuentran los de ansiedad, del estado de ánimo, de abuso de sustancias, por estrés postraumático, de autolesión no suicida, de personalidad y del neurodesarrollo. Por su parte, los trastornos físicos incluyen alteraciones de los sistemas neuroendocrino, cardiovascular, óseo, gastrointestinal, dentario y reproductivo.
Mientras que la pandemia por COVID-19 ha deteriorado la salud mental general, los efectos han sido especialmente graves para las personas en riesgo o que padecen un TCA. Se ha informado de un incremento significativo de los síntomas de TCA, de ansiedad y depresión comórbidos, y se ha registrado un aumento en el número de hospitalizaciones.
Los datos de prevalencia (basados en los criterios diagnósticos del DSM-V) obtenidos en población joven a nivel mundial, muestran hasta un 2.6% de mujeres con anorexia y bulimia nerviosa (0.3% de hombres) y un 6.1% de mujeres con trastorno por atracón (0.7% de hombres). Sin embargo, la prevalencia de otros TCA que no cumplen todos los criterios diagnósticos es mayor (especificados: 11.5% de mujeres y 0.3% de hombres; no especificados: 4.7% de mujeres y 1.6% de hombres). En España, unas 400.000 personas padecen problemas de salud mental relacionados con la alimentación y el 90% de ellas son mujeres (Confederación Salud Mental España, 2021). La incidencia de TCA también ha aumentado durante la pandemia comparada con años previos, especialmente en el caso del trastorno por atracón.
La pandemia ha creado un contexto realmente preocupante porque, por un lado, ha disminuido los factores de protección de los TCA y, por otro, ha aumentado los factores de riesgo de los TCA. En primer lugar, las restricciones han privado a las personas de dos factores de protección de los TCA como son el apoyo social y las estrategias de afrontamiento adaptativas. En concreto, la dificultad de acceso a ayuda terapéutica ha implicado una búsqueda de regulación a través de la propia comida, reflejada en un aumento y/o restricción de la ingesta alimentaria. Al mismo tiempo, los cambios en las rutinas diarias de comidas y las limitaciones en las actividades al aire libre han aumentado las preocupaciones sobre el peso y la figura y han alterado negativamente los patrones de alimentación, ejercicio y sueño. En segundo lugar, como factores de riesgo se han considerado una mayor exposición a los medios de comunicación (sobre todo, a mensajes de rechazo hacia la obesidad) y a los estados emocionales negativos derivados de dicha exposición. La insatisfacción con la imagen corporal es uno de los síntomas de predisposición, mantenimiento y recaídas más importante de los TCA. Tanto la publicación de fotos de cuerpos propios y ajenos en las redes como el aumento del foco en la apariencia al observarse cuando se comunican (como si se mirasen en un espejo) han incrementado significativamente la insatisfacción corporal.
Durante los últimos 20 años, nuestro grupo de investigación se ha centrado en estudiar a nivel psicofisiológico los mecanismos explicativos de la insatisfacción corporal y la restricción alimentaria en población normal, en riesgo y con TCA. El malestar asociado al propio cuerpo es el factor de riesgo desencadenante de mayor peso al iniciar un dieta restrictiva. Las dietas restrictivas aumentan el ansia o deseo por la comida prohibida; cuando a ellas se le suma un estado de ánimo negativo (asociado al cuerpo, a la comida o a cualquier otra circunstancia vital), mayor es la probabilidad de sufrir un atracón y conductas compensatorias (ayunos no saludables, ejercicio físico intenso, ingesta de diuréticos, píldoras adelgazantes, vómitos...). A su vez, estas conductas restrictivas, de atracón y compensatorias (purgativas o no), vuelven a incrementar el estado emocional negativo inicial, cerrando así un peligroso círculo vicioso.
Por tanto, el tratamiento de la insatisfacción corporal y la disminución de dietas restrictivas es crucial para frenar el crecimiento de la población en riesgo de TCA. Recientemente, realizamos una serie de experimentos dónde pusimos a prueba un tratamiento de exposición al espejo del propio cuerpo en población de riesgo y con bulimia nerviosa. Las pacientes pudieron atender libremente a las partes del cuerpo que evitaban, por el juicio y la crítica que hacían sobre ellas. Además, pudieron expresar y aceptar lo que pensaban y sentían logrando así habituar la respuesta emocional y fisiológica asociada (movimientos oculares, cortisol, tasa cardiaca…). Los resultados fueron sorprendentes porque no sólo disminuyó la insatisfacción corporal a nivel subjetivo y fisiológico, sino también el ansia por la comida y el resto de sintomatología específica de TCA y comórbida (ansiedad, depresión, baja autoestima…).
Hallazgos recientes apuntan que los programas de prevención e intervención para TCA son más efectivos si incluyen terapias de exposición en las que se favorezcan estos procesos de conciencia o atención plena: describir, expresar y aceptar emociones asociadas a la reactividad hacia la comida y el cuerpo. Según la teoría del aprendizaje inhibitorio, las terapias de exposición logran eliminar asociaciones con miedos centrales de los TCA vinculados a estos estímulos y crean nuevas asociaciones no amenazantes.
Estos datos muestran que la comida y el cuerpo son solo la punta del iceberg de los TCA, a diferencia de lo que popularmente se piensa sobre ellos, ya que a menudo se etiquetan de problemas superficiales y meramente estéticos. Debajo de la preocupación excesiva por la imagen corporal y la restricción calórica, cohabitan miedos profundos a no ser suficientes y valiosas, queridas y reconocidas, al fracaso y a la imperfección, a la crítica y al conflicto… Todo ello, se refleja simplificado en el falso control que las personas con TCA ejercen sobre lo único que creen que pueden tenerlo entre las distintas áreas de su vida: el cuerpo y la comida.
Estos miedos no son solo específicos de los TCA, sino muy frecuentes a lo largo de todo el proceso evolutivo, sobre todo en la etapa adolescente y de la juventud o en momentos de crisis vitales. Por ello, es urgente visibilizar y aumentar la comprensión sobre los TCA en población general y, en especial, en población universitaria por considerarse de riesgo, para lograr una prevención y tratamiento multidisciplinar donde la intervención psicológica sea la primera opción, tal y como se propone en las directrices internacionales para TCA (NICE, 2017).
En resumen, durante los últimos años se han multiplicado los factores que aumentan la vulnerabilidad de sufrir un TCA actualmente en nuestra sociedad. No obstante, parece prometedora la sencilla práctica de tomarnos el tiempo para exponernos de forma consciente a nuestro cuerpo y a lo que comemos. De esta forma, podremos aprender a desvincular las emociones que asociamos tanto a nuestra imagen corporal y alimentación como, a lo más estable y duradero: el concepto de nosotros mismos (la base del iceberg).