Se sabe que las mujeres que han vivido situaciones de violencia tienen un riesgo de dos a cuatro veces mayor de padecer depresión, ansiedad y trastorno de estrés postraumático, incluso años después de terminar la relación violenta. Sin embargo, se desconoce el porqué de este riesgo aumentado.
En un artículo coordinado por la Dra. Ximena Goldberg desde el Hospital Parc Taulí y el profesor Antonio Armario, del Departamento de Biología Celular, Fisiología e Inmunología y del Instituto de Neurociencias de la UAB, se evalúan las consecuencias de esta situación de estrés crónico en relación con la respuesta fisiológica frente a situaciones de estrés puntual, así como sobre la capacidad para detectar expresiones faciales amenazantes.
En el estudio participaron 105 mujeres (69 víctimas de violencia de género y 36 controles), que realizaron dos pruebas. En una primera, las participantes se enfrentaban a una situación de estrés estandarizada, que incluía una simulación de entrevista de trabajo y un cálculo matemático. Después, se les extraían muestras de saliva para medir su respuesta fisiológica al estrés agudo. En una segunda fase, las mujeres veían en una pantalla caras neutras o con expresiones amenazantes, y se medía cómo prestaban atención a unas u otras.
El grupo de investigación, en el que había profesionales del Parc Taulí, la Universidad de Tel Aviv, el grupo G-29 del CIBERSAM y la UAB, observó que en el test de atención un grupo de mujeres estaban mucho más atentas a las caras amenazantes, siguiendo un patrón de actitud vigilante, mientras que otro grupo las esquivaba. Las mujeres víctimas de violencia de género que seguían un patrón de vigilancia presentaban una mayor respuesta al estrés, sobre todo del cortisol, que el grupo control. En cambio, las mujeres víctimas de violencia de género con patrón de esquivo presentaban menor respuesta de cortisol y de α-amilasa.
"Los resultados nos indican que la exposición crónica al estrés tiene un impacto sobre los sistemas biológicos de respuesta al estrés (el eje hipotalámico-pituitario-suprarrenal y el sistema nervioso simpático), que está condicionado por la forma en cómo atendemos a las señales de peligro (caras amenazantes). Ambos aspectos podrían estar relacionados con el riesgo incrementado a sufrir enfermedades mentales", explica el profesor Antonio Armario.
La Dra. Ximena Golberg, investigadora del ISGlobal i el Parc Taulí, primera autora del artículo, explica que los resultados permiten avanzar en el conocimiento de los procesos cerebrales que experimentan las víctimas de violencias para poder desarrollar mejores protocolos de actuación y minimizar las consecuencias en la salud mental a largo plazo.