MIENTRAS DOS millones y medio de niños españoles agonizan en la pobreza, grandes fortunas se erigen cubiertas de putrefactas mentiras. El origen del inmeso patrimonio sin declarar a Hacienda de Jordi Pujol ha sido un mazazo sorprendente en la atónita opinión pública. Desde su impactante confesión, el honorable señor está callado y prepara nueva estrategia. Mantuvo su mentira más de treinta años mientras ostentaba el poder, algo irrealizable sin cómplices, esperando la creación de una Hacienda pública netamente catalanista para legalizar fortunas como esta, la cual mucho nos tememos proviene, no de una pretendida herencia paterna, sino de aquel 3% que tanto él como su formación política cobraban de comisión por toda gestión que pasaba por la Generalitat: un 3% destinado al partido y un 1% suplementario a los políticos y amigos que instrumentaban la operación. El famoso y vergonzoso 3% —que al final es un 4%— nunca aclarado pero que todos sabían. Durante más de tres decenios amasando unos caudales monetarios impresionantes... Pero no solo Pujol, sino todos los que tenían acceso a la caja. ¡Cuántos quedan tapados! Lo que han hecho estos desalmados es similar a los delitos de la guerra o violaciones de mujeres desamparadas; nos asesinan cada día y se nutren de nuestra sangre. No sé aún cómo está en pie el país con esta escalada de latrocinio y de desfachatez. Pujol es un avaro y un cacique repugnante que desprecia a los andaluces cuando mucha riqueza de Cataluña se debe al trabajo de los emigrantes de otras regiones de España. ¿De qué idealismo presume esta gente? De un nacionalismo que no es más que un montaje para forrarse. Se puede definir el nacionalismo como una ideología que se caracteriza por denigrar a personas en razón de su raza o nacimiento. Hitler era un nacionalista que se diferencia de Pujol en que robaba y mataba para preservar un ideal, la pureza de una raza. Pujol es más prosaico y canalla. Lo hace para él: es menos idealista, poco honorable con sus ideas.
Juan Carlos YAGO |
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