LA VIDA buena suele ser una aventura inescrutable y con una alta dosis de azar, además de esfuerzo. Un periodista tan celebrado como Luis del Olmo perdió prácticamente su fortuna hace más de tres años, ya sobrepasada con creces su edad de jubilación. Su dinero —sin él mismo saberlo— sostenía a la revista barcelonesa Don Balón, cuyo editor, Rogelio Rengel, le engañó siendo su asesor fiscal, su amigo al que dejaba las llaves de su casa, un empresario de más de setenta años que no aceptaba que su gran sueño, la revista futbolística de gran aureola, empezase a resquebrajarse. El universal locutor del Olmo, amigo del alma de tantos oyentes, no se resignó a la ruina y siguió trabajando en su profesión con el mismo denuedo e ilusión de siempre, aunque al final sí se retiró. Le descubrí en aquel De costa a costa y le seguí en Protagonistas, programa líder de audiencia emulado por todas las emisoras, que adaptaron la figura de los tertulianos que él instituyó, además de la valentía de hacer partícipes a los oyentes sin filtrar sus opiniones.
Katsushika Hokusai, artista japonés (1760-1849), dejó dicho como grabado a fuego que fue a partir de los 73 años cuando empezó a entender la estructura de la naturaleza, de los animales y las hierbas, de los árboles y los pájaros, de los peces y los insectos: "a los 80 años habré hecho aún más progresos; a los 90 espero haber penetrado en el misterio de las cosas; a los 100 años debería haber llegado a un maravilloso grado de conocimiento; y cuando alcance los 110, todo lo que haga, cada punto, cada línea, encerrará el instinto de la vida".
La cortedad de la vida no impide darse cuenta de este secreto de los creativos: que se puede vivir mucho más tiempo activo, jovial y gozoso —al menos, con una intensidad envidiable— si se hace producir al ingenio, ese tesoro envolvente y sonoro. El auténtico éxito es gozar de una paz que te conecta con el universo y, también, saber transmitirla y que así lo valoren tus coetáneos.