SE ACABA de celebrar el día internacional de la Mujer y, lógicamente, se preconizan las conquistas sociales femeninas, su equiparación con los derechos del hombre y poder ejercer ya profesiones antes impensables para ellas, junto a tantos aspectos en los que históricamente han estado relegadas, yendo un paso al menos por detrás de los varones. Sin embargo, pienso que se está dando la vuelta a la tortilla y que la sociedad actual puede llegar a comportarse de forma matriarcal. ¿Por qué?
Porque suelen ser más inteligentes las mujeres que los hombres, no en vano se alaba la famosa intuición femenina; porque hoy por hoy cada vez hay más leyes de protección a la mujer (muy justificables, pero desnivelan su poder) y por otra razón: son siempre más hermosas, incluso si son feas. Es casi una insinuación supersticiosa apreciar un lado malvado, diabólico y a veces profético en las mujeres excesivamente bellas. En la antigüedad, se las consideraba brujas; muchas, condenadas a la hoguera; o en el extremo opuesto, semidiosas, sibilas. El hombre es proclive a cierta subyugación (depende del grado de fortaleza y de entrenamiento de cada cual) por la belleza de las mujeres. Siempre se dijo que tiran más dos tetas que dos carretas —entre los heterosexuales, claro, aunque es trasladable a las distintas prácticas de vida y sexualidad— y un hombre enamorado es más vulnerable que una mujer en la misma situación porque se entrega por completo en su mismo amor y llega un momento en que solo es reflejo de sí mismo cuando mira a su amada. Las sonrisas del rostro amado son varas de medir las acciones; la entrega en la adoración es desmedida para el hombre y la mujer sabe controlarla más —incluso enamorada— dosificándola. Y la instrumentaliza, quizá porque ha tenido que arreglárselas de otra forma a lo largo de los tiempos.
Es la gan habilidad de casi todas las mujeres junto con la indiferencia, un ingrediente más, a usar en el momento adecuado. Las mejores espías de la historia han sido las mujeres amantes. Pueden tacharme —yo qué sé— de machista, de trasnochado, pero cuidado con un matriarcado integral: abundará el macho dominado, como antes las hembras. Y tampoco es eso.
Porque suelen ser más inteligentes las mujeres que los hombres, no en vano se alaba la famosa intuición femenina; porque hoy por hoy cada vez hay más leyes de protección a la mujer (muy justificables, pero desnivelan su poder) y por otra razón: son siempre más hermosas, incluso si son feas. Es casi una insinuación supersticiosa apreciar un lado malvado, diabólico y a veces profético en las mujeres excesivamente bellas. En la antigüedad, se las consideraba brujas; muchas, condenadas a la hoguera; o en el extremo opuesto, semidiosas, sibilas. El hombre es proclive a cierta subyugación (depende del grado de fortaleza y de entrenamiento de cada cual) por la belleza de las mujeres. Siempre se dijo que tiran más dos tetas que dos carretas —entre los heterosexuales, claro, aunque es trasladable a las distintas prácticas de vida y sexualidad— y un hombre enamorado es más vulnerable que una mujer en la misma situación porque se entrega por completo en su mismo amor y llega un momento en que solo es reflejo de sí mismo cuando mira a su amada. Las sonrisas del rostro amado son varas de medir las acciones; la entrega en la adoración es desmedida para el hombre y la mujer sabe controlarla más —incluso enamorada— dosificándola. Y la instrumentaliza, quizá porque ha tenido que arreglárselas de otra forma a lo largo de los tiempos.
Es la gan habilidad de casi todas las mujeres junto con la indiferencia, un ingrediente más, a usar en el momento adecuado. Las mejores espías de la historia han sido las mujeres amantes. Pueden tacharme —yo qué sé— de machista, de trasnochado, pero cuidado con un matriarcado integral: abundará el macho dominado, como antes las hembras. Y tampoco es eso.