TODOS TENEMOS esos momentos en la vida en que precisamos alejarnos un poco para reencontrarnos con nosotros mismos. Hoy me alejo del cuadro con el afán de observar el conjunto. Quizá vea todo tan inmenso que no pueda explicarlo. Estoy frente a una obra pictórica gigantesca, compuesta también por la diversidad de otras obras. Es el mosaico de la vida. Algunas son más oscuras, otras más livianas, otras más intensas; la variedad es infinita. La obra es amplia, colorida, por momentos compleja. Obtengo toda la información en un instante. En mi cerebro siempre bullen muchas ideas. ¿Cómo dejar mi mente en blanco? Meditar, que se aquieten los pensamientos es como intentar apaciguar las burbujas del agua hirviendo. Cada sensación, experiencia o sentimiento pasan por el tamiz de mi mente, que las recrea, las metaboliza y se deleita en ellas, construyo nuevas imágenes con esa materia prima. Juego con ella y surgen infinitas asociaciones que configuran nuevas escenas de la gran obra de la vida. ¡Estaba perdiéndome mucho tan de cerca! Hice algo tan sencillo como alejarme para ver la rica composición de sensaciones, movimientos y colorido del gran entramado de vivir.
De repente, veo todo muy claro, tan claro y simple que hasta me da grima no haberlo visto antes, haber dedicado tanto tiempo a buscar respuestas que tenía delante de mí. Y hay una sensación que me da un color: el blanco. Es una pista eterna de nieve blanca. Es ese frío dulce, silencioso, es una palabra plena. No puedo explicarlo, no puedo abarcarlo, por eso quisiera que mis ojos hablaran. Que dijeran todo en un pestañeo, que ellos le pusieran el color. Y que todos lo pudieran ver y entender. Solo veo blanco hoy. Es la síntesis de todos los colores. Hoy podría morirme feliz.
De ahí quizá esa luz deslumbrante, blanquísima, al final del negro túnel de quienes han experimentado la inminencia de la muerte y han podido regresar. Me pasa lo mismo: podría morir tranquilo. Sin embargo, más vivo. Es la creatividad de vivir: más vivir.