Tiembla la estabilidad del ser humano sobre el planeta a pesar de la riqueza del mundo; y las empresas de seguridad de todo tipo, tanto en recursos materiales como humanos, aumentan su facturación de forma inexplicable. La estupidez humana crece geométricamente. Albert Einstein se queda corto con la aseveración de que hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana: "Y del Universo no estoy seguro". A estas alturas, entonces, es cuando pienso que jamás debo sentirme ridículo por expresar mis emociones, por tratar con amor a mis semejantes y por ser valiente confesando mis sentimientos. ¿A santo de qué avorgonzarme de nada con la que está cayendo a mi alrededor?
Nos están tomando más que el pelo: los cabellos de ángel de las entrañas. El ser humano está amenazado por el ser humano y de nuevo nadie vuelve a fiarse de nadie. Quien no tenga miedo hoy es el auténtico afortunado. La vieja Europa ni siquiera sabe que está trémula y desorientada. Los ricos más amedrentados se fabrican lujosas trincheras secretas dotadas de todos los servicios energéticos y las provisiones necesarias para resistir unos años. Sus equipamientos incluyen la protección nuclear y la de los gases más letales. Cuanto más poderosos más temen ser removidos de su posición, más sensación de inestabilidad y de que pueden ser asesinados en cualquier momento. Nadie informa de ello porque en su secreto radica otro elemento importante de su alta protección. Ni así sienten garantizada su integridad física, mental y personal. Es más, al contener así la respiración experimentan el surrealismo del pánico.
Los ricos se construyen sus propias cárceles mientras las víctimas —en realidad, la raza humana global— padecen el peor de los castigos: la deshumanización, el miedo y la falta de paz.