TODO SER humano tiene el derecho de nacer, crecer, desarrollarse y vivir siendo en lo posible útil a la sociedad y a sus propios fines; derecho universal del que han de gozar de forma íntegra también las personas que denominan con capacidades diferentes o que sufren alguna anomalía, en algunos casos rechazadas, y quienes tantas veces nos sorprenden por sus actitudes, aptitudes y cualidades. Casi todas ellas gozan de una actitud positiva y son felices. Quien se encuentra en fase de negación o duelo por la ausencia o pérdida de una habilidad física, por algún evento traumático pueden superar la depresión con nuestro cariño y apoyo, respetando su espacio y los tiempos.
Debemos tratar a una persona con capacidades diferentes como a cualquier otro, con respeto y seriedad; su inteligencia responde. Ser condescendientes, excesivamente mimosos o adoptar una pose afectada sólo sirve para hacer el ridículo uno mismo y no saber valorar su diferencia y su factible autonomía. Tomar la postura de que es preferible no hablar del tema es contraproducente, atenta contra su dignidad humana por llevar implícito la vergüeza hacia sus capacidades diferentes. Considerarlo tema delicado, obviarlo o intentar negarlo supone, en realidad, discriminación. Por tanto, esa postura de superioridad y conmiseración hacia estas personas no es lo más adecuado, sino mostrarles el mismo respeto que a cualquier otro ser humano. Su vida es diferente, pero tiene su calidad y su sentido y no es ni mejor ni peor que la de cualquiera de nosotros. Además, en ellos no se suele dar un gramo de egoísmo ni de malicia, sino toneladas de amor y dedicación al prójimo. Son especiales porque, aun no resultándoles tan fácil aprender, son maestros en la vida, demostrando tantas veces valías superiores. Son especiales porque de ellos difícilmente brotan palabras de odio o resentimiento. Son especiales porque se muestran desinteresados y alegran con sus ocurrencias y sus logros.
Debemos tratar a una persona con capacidades diferentes como a cualquier otro, con respeto y seriedad; su inteligencia responde. Ser condescendientes, excesivamente mimosos o adoptar una pose afectada sólo sirve para hacer el ridículo uno mismo y no saber valorar su diferencia y su factible autonomía. Tomar la postura de que es preferible no hablar del tema es contraproducente, atenta contra su dignidad humana por llevar implícito la vergüeza hacia sus capacidades diferentes. Considerarlo tema delicado, obviarlo o intentar negarlo supone, en realidad, discriminación. Por tanto, esa postura de superioridad y conmiseración hacia estas personas no es lo más adecuado, sino mostrarles el mismo respeto que a cualquier otro ser humano. Su vida es diferente, pero tiene su calidad y su sentido y no es ni mejor ni peor que la de cualquiera de nosotros. Además, en ellos no se suele dar un gramo de egoísmo ni de malicia, sino toneladas de amor y dedicación al prójimo. Son especiales porque, aun no resultándoles tan fácil aprender, son maestros en la vida, demostrando tantas veces valías superiores. Son especiales porque de ellos difícilmente brotan palabras de odio o resentimiento. Son especiales porque se muestran desinteresados y alegran con sus ocurrencias y sus logros.