Si nos fijamos en las redes sociales, hay padres que prueban de alguna manera —obteniendo muestras— los menús escolares de sus hijos, y brotan por doquier opiniones como que comen tristeza de primero y pena de segundo. O bien, que no han sido capaces sacarle el gusto a los alimentos servidos. Suelen ser comidas funcionales y baratísimas.
España sigue atravesando unas dificultades terribles por su inestabilidad económica y —mientras se han inyectado miles de millones para salvar bancos— en Sanidad y Educación se han realizado unos recortes bochornosos. De esta situación no se han sustraído los comedores escolares y, seguramente con el objetivo de ahorrar, perjudican la calidad, si bien no por pagar más es mejor.
Tendría una fácil solución atender estos aspectos importantísimos de la nutrición que exigen una elaboración más cuidada y el uso de productos naturales y frescos, junto con un aporte de información nutricional y una concienciación con cursillos a todo el personal culinario responsable. Las autoridades autonómicas, que son las que tienen transferidas las competencias en materia de educación, deberían preocuparse de supervisar y hablar con ese personal o los caterings que contratan para los centros docentes y decretarles que pongan más verduras y legumbres en las comidas, con un aporte especial de calidad en su elaboración. No es cuestión de lamentarse, sino de que los políticos actúen y procuren lo mejor para los alumnos. Y lo mejor es que tengan una alimentación sana y equlibrada, dentro de la maravillosa dieta mediterránea. Si se come en el comedor escolar lo más lógico es que se la den ellos y combinarlo con una calidad alta también en la asignatura de educación física.