NOS ESCANDALIZAN, y con razón, noticias como el secuestro de doscientas niñas en Nigeria por el grupo Boko Haram. Es denigrante utilizar a seres humanos, no ya niños, para conseguir determinados objetivos. Pero la aberración no solo proviene de mentes radicales, deshumanizadas por la regresión, sino que en el mundo "civilizado" se han realizado también acciones en contra de los derechos humanos y en nombre de la libertad —calificándolo como efectos colaterales— que han salido a la luz en forma de denuncias contra soldados de la ONU, por ejemplo; o los cinco mil niños que murieron en la guerra de Irak. Lamentablemente nadie tiene la exclusividad del horror y cada día se pisotean en el planeta los derechos humanos. Por ello todos los esfuerzos por la unidad del mundo serán pocos. Unidad no es uniformidad, sino el respeto a la variedad de culturas y tradiciones en una coalición global, un socaire mundial de una nueva y amplia organización de naciones unidas. Unidas por la voz y el voto de todos y cada uno de los seres humanos. Eventos como el mundial del fútbol celebrado este año en Brasil o celebraciones como las olimpiadas son elementos que producen un ambiente favorable en las naciones para el progreso real. Son pasos hacia una ecuanimidad mundial, evitar el abuso de poder y conseguir ver una distribución exhaustiva de la riqueza junto con un reparto del trabajo en el mundo para todos. España tiene la oportunidad de liderar esta idea inaudita en el consenso internacional. El concepto de globalización —pervertido por las grandes asociaciones financieras, las alianzas multinacionales y las fusiones de los grandes bancos— en su sentido histórico y primigenio favorece la macroeconomía, pareja al devenir de la humanidad. Sin objetividad cívica no existe progreso. La disyuntiva es persistir en la ceguera de apoyar al más poderoso, a los países con más armas, con las que imponen su manera de gobernar el mundo o consensuar la diversidad y la pluralidad en una igualdad de oportunidades y recursos.