POR ALGO vivimos en el planeta azul, repleto de agua. En nuestra vida moderna lo acuoso es tozudo. Somos más movedizos que nunca. Los acontecimientos se producen como la misma naturaleza del agua, que siempre encuentra un camino por muchos inconvenientes que se interpongan a su paso. Hoy la comunicación se muestra más desafiante que nunca.
La vida se compone de un permanente echar de menos y de un continuo proyectar. El Camino de Santiago se ve abarrotado de peregrinos que acuden al fin de la Tierra a pedir algo, a agradecer algo o a reconciliarse consigo mismos; un encuentro interior. Hay quien simplemente se va en velero a Ibiza, pero todos buscan de alguna manera colmarse de algo, o colmar su espíritu. El peregrinar de las vidas: unos con fecha de retorno; otros, indefinido. Seguimos como el curso tozudo que enseña el agua. La vida de la gente, con muchos medios unos; otros, con lo imprescindible. Tantísimos mordiendo el polvo, haciéndose de nuevo, buscando un trabajo que les dignifique. Y que les ancle en tierra firme... o en el encanto de otra persona, en la benignidad de un clima. Alcanzar la esencia del agua es el denominador común. ¡Cuántos no lo saben!
Ese elemento imprescindible para la vida que puede llegar a ser más caro que el oro si no la sabemos cuidar, el producto más consumido del mundo. Aunque aportarnos más agua de la necesaria puede provocar intoxicación y llevar a un edema cerebral o pulmonar fatal: hay corredores aficionados de maratón que han muerto de esta manera.
Moderación en la vida para ser potentes. La gente quiere una vida buena, pero hay tantos problemas, ¡tantas carestías! Unos lo pueden casi todo y otros están sedientos, humillados, condenados. Repartir el carácter acuoso de la vida es la equidad primigenia que exige la altura de los tiempos.
Entre la omnipotencia y la impotencia, ¿qué se da? Ni más ni menos que la potencia. La que alberga todo ser humano en su espíritu. Todo menesteroso también tiene sus recursos de vida y su poder. Compartir esa templanza es mejorar.
La vida se compone de un permanente echar de menos y de un continuo proyectar. El Camino de Santiago se ve abarrotado de peregrinos que acuden al fin de la Tierra a pedir algo, a agradecer algo o a reconciliarse consigo mismos; un encuentro interior. Hay quien simplemente se va en velero a Ibiza, pero todos buscan de alguna manera colmarse de algo, o colmar su espíritu. El peregrinar de las vidas: unos con fecha de retorno; otros, indefinido. Seguimos como el curso tozudo que enseña el agua. La vida de la gente, con muchos medios unos; otros, con lo imprescindible. Tantísimos mordiendo el polvo, haciéndose de nuevo, buscando un trabajo que les dignifique. Y que les ancle en tierra firme... o en el encanto de otra persona, en la benignidad de un clima. Alcanzar la esencia del agua es el denominador común. ¡Cuántos no lo saben!
Ese elemento imprescindible para la vida que puede llegar a ser más caro que el oro si no la sabemos cuidar, el producto más consumido del mundo. Aunque aportarnos más agua de la necesaria puede provocar intoxicación y llevar a un edema cerebral o pulmonar fatal: hay corredores aficionados de maratón que han muerto de esta manera.
Moderación en la vida para ser potentes. La gente quiere una vida buena, pero hay tantos problemas, ¡tantas carestías! Unos lo pueden casi todo y otros están sedientos, humillados, condenados. Repartir el carácter acuoso de la vida es la equidad primigenia que exige la altura de los tiempos.
Entre la omnipotencia y la impotencia, ¿qué se da? Ni más ni menos que la potencia. La que alberga todo ser humano en su espíritu. Todo menesteroso también tiene sus recursos de vida y su poder. Compartir esa templanza es mejorar.