SEPTIEMBRE de súper Luna. Otra vez. La tercera del verano. Será la noche del nueve. Pero ya no es tan sugerente como la de agosto en plena vuelta a la rutina; o al síndrome postvacacional para muchos. La cruda realidad para todos. Las cajas, ay, tantas vacías por el despendio estival. ¡A llenarse tocan! De todo: de trabajo, de madrugones, de responsabilidades. Las familias con algún hijo lo saben mejor. No solo son los horarios de los padres los que hay que combinar; los vástagos tienen que adaptarse a lo estricto del nuevo panorama. Es un cambio drástico. Ya casi todas las comunidades están en pie de guerra escolar. Y los progenitores, más. Los avezados adelantarán dos horas la cena y... a acostarse todos más temprano.
Septiembre suena a la hora de la verdad. España se inunda de ojos expectantes y asombrados, temerosos o ilusionados. Cobran vida infantil las arterias del asfalto rugiente, las que hasta ahora sólo acogían en sus trémulas mañanas estivales el sonido de los coches y de algunos camiones de reparto, además de los silentes viandantes presurosos hacia su trabajo. La algarabía irrumpe. Es un colorido concentrado de niños de primaria y de secundaria, que caminan cargados con su material didáctico a la espalda. Parecen enormes caparazones de tortuguitas incansables. Es a los padres a quienes se les dibuja en su rostro un alivio, tras el extenso período vacacional finalizado, prometiéndoselas más felices, un nuevo septiembre de violetas para desintoxicarse del asueto de los chicos que tanto suele absorberles.
Sin embargo, da comienzo un nuevo calvario: nuevos zapatos, nuevos uniformes, nuevos libros de texto, gastos de transporte y de comedor... siempre una carga extra en la economía familiar que nubla en parte todos su sueños de liberación. Las ciudades recobran, con la vuelta al 'cole', su pulso más dinámico y elocuente, el que dibuja tembloroso un incierto futuro para tantos educandos en una sociedad tambaleante entre recortes y carestía.
Septiembre suena a la hora de la verdad. España se inunda de ojos expectantes y asombrados, temerosos o ilusionados. Cobran vida infantil las arterias del asfalto rugiente, las que hasta ahora sólo acogían en sus trémulas mañanas estivales el sonido de los coches y de algunos camiones de reparto, además de los silentes viandantes presurosos hacia su trabajo. La algarabía irrumpe. Es un colorido concentrado de niños de primaria y de secundaria, que caminan cargados con su material didáctico a la espalda. Parecen enormes caparazones de tortuguitas incansables. Es a los padres a quienes se les dibuja en su rostro un alivio, tras el extenso período vacacional finalizado, prometiéndoselas más felices, un nuevo septiembre de violetas para desintoxicarse del asueto de los chicos que tanto suele absorberles.
Sin embargo, da comienzo un nuevo calvario: nuevos zapatos, nuevos uniformes, nuevos libros de texto, gastos de transporte y de comedor... siempre una carga extra en la economía familiar que nubla en parte todos su sueños de liberación. Las ciudades recobran, con la vuelta al 'cole', su pulso más dinámico y elocuente, el que dibuja tembloroso un incierto futuro para tantos educandos en una sociedad tambaleante entre recortes y carestía.