TODO ES posible. Es posible que ninguno de los idearios, ideologías, confesiones y movimientos políticos pasados prevalezcan. Que ningún líder brille por su sola mano. Que todos los países del mundo elijan su representación global. Sencilla e intercambiable, unificada y sin costes desorbitados. El hombre más sencillo del mundo puede ser el noble mánager del planeta, elegido por todos sus habitantes bajo la auténtica Declaración de los Derechos Humanos. Cada uno con su fe, el cambio puede ser transcendental. Sensibilizar la política mundial, poetizar las corrientes religiosas, concentrar de forma funcional las ideologías en una síntesis de lo mejor de cada una de ellas. Sistema plural, colectivo y cualitativo. Sentenciar el exceso y la sofisticación, concibiendo la modernidad como una sucesión de esfuerzos por alcanzar las cumbres de la ecuanimidad entre los seres humanos. La naciones han de ser realmente unidas y sin fronteras, algo real y no la alegoría de lo que es hoy la ONU. Cada vez hay más personas especiales, sobradamente preparadas, en distintos lugares del planeta, que intuyen el cambio y se verían realizados trabajando por una equidad en un espíritu unificador en el que se funden todas las civilizaciones, preservando su idiosincrasia y aportando lo mejor de cada una de ellas a la humanidad. Cada cual, según la fe que profese —o carente de ella— puede valerse de sus creencias o convicciones mejores para contribuir a la unidad universal desde sus credos o la ausencia de los mismos, sin fanatismo, y respetando las opciones religiosas de todos los demás. La coyuntura en la que nos vemos inmersos pasa por la comprensión de esta síntesis de todas las civilizaciones pasadas, presentes y futuras con eventos mundiales de interconexión. Si se comprende así, todo es posible. Depende de que el mundo quiera acabar con la crisis mundial o mantenerla por el imperativo de unos pocos que pretenden dominar por el puro dinero en su propio beneficio. Es la aristocracia del vigente sistema que ya habla de sustituirlo tan solo por uno monetarista, lo cual obligaría al ciudadano de la calle a depender del poder económico privado, obviando estados y los más básicos principios democráticos, pero con su total apariencia.