No se ve entusiasmo y garra en el electorado. Hay una clara inclinación en las encuestas por los nuevos partidos de la indignación, pero no con el vigor que la dramática situación exige. Tal vez porque el espectáculo de ayer en el Congreso de los Diputados es reflejo y muestra de una inercia social que da todo por transformado ante el hecho de protestar y dar la nota. Y no es eso. Dentro de una aparente dramatización de la grave problemática de la economía y del estado del bienestar, corremos el riesgo de dar por válida la simple representación, el colorín y el pingajo de los aspavientos. Es un problema real: la mera escandalización de los acontecimientos, de la inoperancia y de lo no realizado. Lamentos y acusaciones, pero poco más. Es letra y música que casi todos los partidos practican. Pero con eso no basta. Para nada. Impera la atonía —la de los hechos— frente a la vigorización de la verborrea que a la postre corre el riesgo de ser solo circo, puro entretenimiento.
Hurguen más en las heridas y hagan sentir en carne viva los efectos de la precariedad genérica. Considérense todos un grado por debajo de donde estén colocados y pongan a España diez por encima.