LAS INJUSTICIAS hoy son tan terribles como en el medievo. Ya cuatro años de guerra en Siria, con un balance de más de 220.000 personas muertas, 8.500 de ellas, niños. Ocho millones de refugiados abandonaron su hogar asentándose en campos 'ad hoc' que están al límite. Las donaciones apenas alcanzan y son numerosos los niños sin acceso a la educación. Particularmente colaboro con Acnur, la agencia de la Onu para este tema, pero en general estamos anestesiados ante un amplio panorama desolador.
Asesinatos de mujeres (violencia de género); suicidios por desahucios —en España algunos, deliberadamente tapados— y por falta de cobertura económica; represión y leyes contra las manifestaciones pacíficas para reclamar situaciones y derechos, prisión preventiva para conflictivos por estar en la calle o por perturbar a políticos (ley 'mordaza' española); exterminación, ultraje y feminicidios en México (la ciudad más temible, Juárez); decapitaciones por fundamentalismos; asesinatos en Brasil, genocidios en Ucrania; hambruna en el tercer mundo... Son ejemplos del grueso actual de tropelías sociales.
Lo peor es que en nuestra vida cotidiana nos cerca el sistema actual de Estados como el nuestro y nos cierran los oídos y los ojos a la solidaridad. Es sutil e imperceptible; ahí radica el truco, mientras nos siguen consolando con pan y circo como en la época de los romanos, llámese hoy fútbol, fallas, televisión y prensa mediatizada. Los problemas humanos globales se desenfocan y se desvirtúan, cuando no se ahogan e, incluso, cada cual, leal a su educación recibida —lamentablemente orientada, según cada ideología gobernante— se autocensura en estas miras.
De una forma u otra nos han enseñado a hacer una fortificación del sufrimiento ajeno y, al tiempo, del propio. Como decía Frida Kahlo, "amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior". Me entristecen estas murallas individuales en las que el gran poder se asienta y medra.
Asesinatos de mujeres (violencia de género); suicidios por desahucios —en España algunos, deliberadamente tapados— y por falta de cobertura económica; represión y leyes contra las manifestaciones pacíficas para reclamar situaciones y derechos, prisión preventiva para conflictivos por estar en la calle o por perturbar a políticos (ley 'mordaza' española); exterminación, ultraje y feminicidios en México (la ciudad más temible, Juárez); decapitaciones por fundamentalismos; asesinatos en Brasil, genocidios en Ucrania; hambruna en el tercer mundo... Son ejemplos del grueso actual de tropelías sociales.
Lo peor es que en nuestra vida cotidiana nos cerca el sistema actual de Estados como el nuestro y nos cierran los oídos y los ojos a la solidaridad. Es sutil e imperceptible; ahí radica el truco, mientras nos siguen consolando con pan y circo como en la época de los romanos, llámese hoy fútbol, fallas, televisión y prensa mediatizada. Los problemas humanos globales se desenfocan y se desvirtúan, cuando no se ahogan e, incluso, cada cual, leal a su educación recibida —lamentablemente orientada, según cada ideología gobernante— se autocensura en estas miras.
De una forma u otra nos han enseñado a hacer una fortificación del sufrimiento ajeno y, al tiempo, del propio. Como decía Frida Kahlo, "amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior". Me entristecen estas murallas individuales en las que el gran poder se asienta y medra.