Aun poseedora de gran libertad, merece más libertad y la grandeza de ser todo lo que pueda ser y alcanzar más amplias metas, las que se proponga. Se suele entender que un libro es un hijo, un nuevo hijo, uno literario, un ser vivo que crece entre los lectores y que toca o no el corazón de los demás, pero que ahí está, toqueteando conciencias, dando caña o, como vulgarmente se dice, pidiendo guerra. No es, en fin, un objeto muerto, sino que sus páginas están animadas por la sangre, la mente y la experiencia vital de su autora que, en este caso, sabe expresar con belleza lo que le acontece. Lo llaman poesía de la experiencia, pero sospecho que este trabajo de Mirantes va más allá.
Mi intuición y el conocimiento de su escritura me llevan al convencimiento de que, cuando tenga entre mis manos un ejemplar, lo que percibirán las yemas de mis dedos es la vibración más auténtica de las badanas de su alma y que, incluso, las fibras de las que estas se componen tocarán las mías tan sutilmente que también yo mismo seré onda y eco de su literatura. Porque así lo he sentido ya y porque sé que no me decepcionará con esta entrega en papel, cuya portada ya promete lo suyo. Como ejemplo renacentista en la modernidad, la poetisa —con sus solos actos— demuestra que cada uno podemos merecer más: absolutamente lo óptimo.