LA ILUSIÓN es mejor que la posada. Creo recordar que eso decía santa Teresa de Jesús. El proverbio popular lo escarnece profiriendo que de sueños también se vive. En todo caso, las mejores realizaciones nacen de honestos sueños. En Valencia el sol juega con la brisa y confiere un ambiente de festival envidiable al verano. Suele haber mucha gente en la playa y también en las arrocerías que se ubican en sus inmediaciones, teñidas del intenso azul del mar y del verde y ocre de las dunas. Cualquier zona de Valencia huele a mar y a paella, sabe a hospitalidad y a mediterránea francachela; la concurrencia es dinámica y distendida, agradable con su música de familiaridad y de efusividad. Madrid también sabe mucho de gentío, de sabores y cocinas, de alegría y convivencia. Tantos rincones, tanta España para comérsela, con esos esmerados haceres culinarios, al estilo de las cariñosas abuelas; hosterías y tabernas donde los platos son preparados con el condimento de la sabia dedicación, con cariño castizo y arraigo del sabor. A mí me encantan las sopas, las de pescado, las de arroz, las de cebolla, las de ajo, las de verduras, las de fideo, las de todo tipo. Sin cuchara, por mucho mantel de postín, el solaz del refrigerio es más corriente, no denota la alegría de salir al mundo entre la muchedumbre. Dar cuenta del condumio así, en cualquier lugar del terruño hispano, invita a celebrar la victoria de una batalla más en la lucha diaria de la vida, esta maravillosa vida regada de sinsabores y de gozosas alegrías, de risas y llantos. Cuando oigo lamentarse a alguien "nunca he comido contigo", como echando en cara su falta de delicadeza o su atrevimiento, está claro que no ha habido confidencialidad. Comer fuera o tomar algo por ahí es la más pura declaración de noble amistad. Es trato. Luego está la profesionalidad de los mesoneros, en general, excelente, aunque siempre te puedes topar con algún camarero amargado. En caso contrario —que es casi siempre en nuestro país— nunca hay plato caro.
Juan Carlos YAGO |
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