CUANDO UN medio de óptimo alcance como es el cine obtiene éxito con argumentos sentimentales, impregnados de fragilidad y delicadeza en las relaciones humanas, será porque son reflejo de las aguas que discurren por los ríos emotivos de nuestra sociedad. Todas las artes contienen pautas del comportamiento social de una época.
Los tiempos que nos ha tocado vivir, tan inestables y precarios, perjudican los sueños y las subjetividades. Las tendencias juveniles modernas se encaminan por el ajetreo y hasta lo etílico, más que por el romanticismo. Son las generaciones maduras las que van a clases de bachata o tratan de divertirse con el baile y con hermosas conversaciones. Se cambian las tornas. No les veo ahora a los jóvenes muy dispuestos a blandir emociones y cordialidades, sino a los más avezados en la vida, quienes se muestran realmente creativos en la búsqueda de sensaciones.
Ha caído un avión en los Alpes fanceses. Han debido morir todos, unos 150 seres humanos. Algunas maravillosas historias de amor se habrán cortado en seco. Quiero rendir homenaje a estas muertes inesperadas con esta columna. Y que nos demos cuenta de que tenemos mucha suerte estando vivos. ¡Tanto penar para morirse uno!
Es una ocasión para revisar la conciencia, tal vez olvidar cosas del pasado que no contribuyen al futuro y encajar de nuevo las teselas más apropiadas, las más positivas para configurar nuestro verdadero ser, el óptimo, sacando lo mejor de nosotros mismos. Aprovechemos la vida que tenemos, procuremos que sea buena. Seamos amables y dignos de ser amados. Así, el misterio es aún más profundo; el respeto también crece hacia dentro. Es difícil mantener la llama del momento con temor a que algo se rompa. Por eso, sintamos la vida —la que nos haya tocado— como surgida de las estrellas. A ellas volvemos. Llegaremos muchos a formar parte de la esencia pura de la que se componen. Cerca de ellas, en el aire, hoy, unas almas, por sorpesa, han transitado a otra dimensión. Espero que sea más bella. Y eterna. Descansen en paz.
Los tiempos que nos ha tocado vivir, tan inestables y precarios, perjudican los sueños y las subjetividades. Las tendencias juveniles modernas se encaminan por el ajetreo y hasta lo etílico, más que por el romanticismo. Son las generaciones maduras las que van a clases de bachata o tratan de divertirse con el baile y con hermosas conversaciones. Se cambian las tornas. No les veo ahora a los jóvenes muy dispuestos a blandir emociones y cordialidades, sino a los más avezados en la vida, quienes se muestran realmente creativos en la búsqueda de sensaciones.
Ha caído un avión en los Alpes fanceses. Han debido morir todos, unos 150 seres humanos. Algunas maravillosas historias de amor se habrán cortado en seco. Quiero rendir homenaje a estas muertes inesperadas con esta columna. Y que nos demos cuenta de que tenemos mucha suerte estando vivos. ¡Tanto penar para morirse uno!
Es una ocasión para revisar la conciencia, tal vez olvidar cosas del pasado que no contribuyen al futuro y encajar de nuevo las teselas más apropiadas, las más positivas para configurar nuestro verdadero ser, el óptimo, sacando lo mejor de nosotros mismos. Aprovechemos la vida que tenemos, procuremos que sea buena. Seamos amables y dignos de ser amados. Así, el misterio es aún más profundo; el respeto también crece hacia dentro. Es difícil mantener la llama del momento con temor a que algo se rompa. Por eso, sintamos la vida —la que nos haya tocado— como surgida de las estrellas. A ellas volvemos. Llegaremos muchos a formar parte de la esencia pura de la que se componen. Cerca de ellas, en el aire, hoy, unas almas, por sorpesa, han transitado a otra dimensión. Espero que sea más bella. Y eterna. Descansen en paz.