El capitalismo ha fracasado en el pleno empleo: aun en el nivel más óptimo, siempre habría personas marginadas laboralmente. Por otro lado, tanto el keynesianismo y el liberalismo como el socialismo soviético y sus secuelas-modelo (China, Corea...) han servido también a la explotación del hombre por el hombre. No estoy hablando de un nuevo marxismo, sino de que es factible y necesaria una nueva política económica a favor del ser humano y de la familia que —sin olvidar la necesaria implicación personal y vocacional en cada dedicación— les asegure renta y libertad. Hasta desanclar esas ideas válidas para otras épocas pero insuficientes para solucionar los problemas de hoy, reivindicando una drástica innovación, la problemática persistirá, porque fomenta la situación siempre favorable para el empleador tradicional como simple explotador que percibe cada vez más ayudas para la contratación y ve cómo se merman los derechos de sus contratados. Son necesarias inteligencia y creatividad en las nuevas políticas que propugnan logros inmediatos, los cuales serán fruto de la solidaridad y de la voluntad resolutiva y meridiana, pensando en las personas y no en la especulación y en la venta de gestión de servicios.
Ha llegado el momento de la implicación directa en una sustitución mundial del sistema y en una distribución del trabajo que realmente existe y de la riqueza global. Todo el mundo, con una remuneración asegurada a cambio de ofrecer un servicio o un bien a la comunidad, el más acorde a sus habilidades y aptitudes.