DE TODAS las cosas positivas que podemos extraer de los tiempos de crisis que nos ha tocado vivir, me alegro especialmente de una: de que las personas más avezadas hemos aprendido a convivir con el no. Ese no, a casi todo el mundo se lo plantó la crisis en la cara; a unos más que a otros, pero es indudable que todos han sufrido algún efecto colateral de la precariedad, aunque también se dan, por supuesto, grandes aprovechamientos y oportunidades económicas para no pocos entusiastas del mundo de los negocios. La tristeza general reinante, sin embargo, no es plato de gusto para nadie, por muy elevado que esté en su torre de marfil y no quiera enterarse o, también, no le falte de nada: quizá algún servicio específico en un determinado momento. Lo cierto es que en el transcurso de la jornada siempre habrá algo que le contraríe a usted, querido lector, o a cualquiera, por poca crisis que le afecte.
El ser humano —dicen— es escritor de su propio destino. Si cuidamos la ortografía vivencial conseguiremos pensar en positivo. Hay una regla clave para eso, que deberíamos repetirnos: si tratamos de buscar siempre buenos sentimientos seguro que gozaremos también de buenos pensamientos. Y ahí entra en juego la solidaridad, cuyo peor enemigo es el temor, que, si superamos u obviamos, da paso natural a la genuina cordialidad, al entendimiento y la empatía. Lo peor que podemos hacer es enredarnos en pensamientos negativos, en negruras imaginativas y recelos. Todo este enjambre no es más que, hablando en plata, cacao mental que nos abre la puerta al miedo, engrandeciéndose su perversión. Hoy puede ser un gran día, tal como decía la canción de Juan Manuel Serrat. Dese el gusto, mejore su cara y la faz de la gente con su actitud. ¿Acaso ya no somos diferentes? ¿O solo era España? España es mucho decir y ahora no hacemos más que rebajarla, depauperarla, aborrecerla. Nos dejamos llevar mucho por la cuadratura del círculo alemán. Y —recordemos— los españoles siempre hemos apostado por la intrepidez y la épica, por el sentido de emprender y conquistar.
El ser humano —dicen— es escritor de su propio destino. Si cuidamos la ortografía vivencial conseguiremos pensar en positivo. Hay una regla clave para eso, que deberíamos repetirnos: si tratamos de buscar siempre buenos sentimientos seguro que gozaremos también de buenos pensamientos. Y ahí entra en juego la solidaridad, cuyo peor enemigo es el temor, que, si superamos u obviamos, da paso natural a la genuina cordialidad, al entendimiento y la empatía. Lo peor que podemos hacer es enredarnos en pensamientos negativos, en negruras imaginativas y recelos. Todo este enjambre no es más que, hablando en plata, cacao mental que nos abre la puerta al miedo, engrandeciéndose su perversión. Hoy puede ser un gran día, tal como decía la canción de Juan Manuel Serrat. Dese el gusto, mejore su cara y la faz de la gente con su actitud. ¿Acaso ya no somos diferentes? ¿O solo era España? España es mucho decir y ahora no hacemos más que rebajarla, depauperarla, aborrecerla. Nos dejamos llevar mucho por la cuadratura del círculo alemán. Y —recordemos— los españoles siempre hemos apostado por la intrepidez y la épica, por el sentido de emprender y conquistar.