Escucho esas canciones románticas de cuando yo tenía veinte años y sé que algo se me remueve por dentro. ¿Son las baladas entonces —esas que hablan de sublimar el acto amoroso— las que provocan la adoración entre el hombre y la mujer? Es cierto que las estrellas del límpido cielo, despejado de nubes por los vientos del Estrecho y las mismas noches marbellíes favorecen el impulso indescriptible de querer a alguien... Pero cuando algo va más allá del simple apasionamiento físico y transciende la ilusión de contemplar una mar en calma mientras se percibe el bullicio de Puerto Banús, entonces te das por aludido, 'flasheado'; penetra en ti el miedo que supone la libertad de elegir una de esas estrellas y dedicarle tu respeto, tu trabajo, tu tiempo, tu admiración, tu vida. Y curtirse cada día con el carácter de ese consorte amado, adaptarse incluso a sus formas y mantener el tipo abriendo brecha poco a poco en el cielo para volar juntos. No recuerdo exactamente quién ni cómo lo decía pero viene a expresar algo así como “si amas a alguien, déjalo libre; si no vuelve, nunca fue tuyo". Yo añado que si sigue a tu lado, realmente cada uno es del otro, se pertenecen como un todo indivisible, son futuro y transformación. Quien tenga un tesoro así, que lo cuide.
BALCÓN GLOBAL
Juan Carlos YAGO |
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