En su clásico libro "Las brujas en la historia de España", el antropólogo Carmelo Lisón Tolosana escribió qué los aquelarres eran fiestas donde "brujos y brujas se mezclan sexualmente y aparean unos con otros en total promiscuidad, sin consideraciones de sexo ni grados de parentesco". Te contamos donde se realizaban estas ceremonias:
Zugarramurdi (Navarra)
En 1610, en esta localidad de apenas 250 habitantes, la Inquisición española, tras varios meses de interrogatorios y torturas, dictó sentencia contra 53 personas, 31 de las cuales fueron acusadas de brujas. El 6 de noviembre se celebró un auto de fe en la Plaza del pueblo donde 6 mujeres fueron quemadas vivas, y otras 5, que habían muerto en la cárcel, fueron representadas por muñecos de paja que también se prendieron fuego. A menos de medio kilómetro del centro del pueblo se encuentra "La Cueva de las Brujas", donde, según el mito popular, se celebraban los aquelarres, invocándose al demonio y practicándose la magia negra.
Trasmoz (Zaragoza)
Se trata del único pueblo maldecido y excomulgado por la Iglesia Católica. El poeta Gustavo Adolfo Becquer (1836-1870) contó su experiencia allí: "Desde tiempo inmemorial es artículo de fe entre las gentes del Somontano que Trasmoz es la corte y punto de cita de las brujas más importantes de la comarca. Su castillo, como los tradicionales campos de Barahona y el valle famoso de Zugarramurdi, pertenece a la categoría de conventículo de primer orden y lugar clásico para las grandes fiestas nocturnas de las amazonas de escobón, los sapos con collareta y toda la abigarrada servidumbre del macho cabrío, su ídolo y jefe".

Zebeiro (Vizcaya)
En 1555, en este pueblo, una niña de ocho años llamada Katalintxe de Gesala contó toda clase de hechos relacionados con la magia negra, y reveló que el mismísimo Demonio le fue presentado por su tía, en un aquelarre celebrado en el campo de Petralanda. La Inquisición realizó un proceso donde terminaron condenadas 18 personas.
Cernégula (Burgos)
En esta localidad se encuentra la "Charca de las brujas" donde, según la leyenda popular, se reunían las hechiceras de Castilla y León a realizar sus temidos aquelarres. Un refrán popular, todavía vigente, asegura: "los sábados las brujas de Cantabria, tras churrar y al grito de 'Sin Dios y sin Santa María, por la chimenea arriba', parten volando en sus escobas rumbo a Cernégula, donde celebran sus reuniones brujeriles alrededor de un espino, para luego proceder al bailoteo y chapuzarse en una charca de agua helada". Otra rima asegura: "De la cueva de Ongayo salió una bruja con la greña caída y otra 'brujuca'. Al llegar a Cernégula ¡válgame el cielo! un diablo cornudo bailó con ellas. Por el Redentor, por Santa María, con el rabo ardiendo ¡cómo bailarían...!".
El gran escritor Arthur Machen hizo una gran descripción de lo que ocurría en estas fiestas prohibidas: "Los secretos del verdadero Aquelarre databan de tiempos muy remotos, y han sobrevivido hasta la Edad Media. Son los secretos de una ciencia maligna que existía muchísimo antes de que los arios entraran en Europa. Hombres y mujeres, seducidos y sacados de sus hogares con pretextos diversos, iban a reunirse con ciertos seres especialmente calificados para asumir con toda justicia el papel de demonios. Estos hombres y estas mujeres eran conducidos por sus guías a algún paraje solitario y despoblado, tradicionalmente conocido por los iniciados y desconocido para el resto del mundo. Quizá a una cueva, en algún monte pelado y barrido por el viento, o puede que a un recóndito lugar en algún bosque inmenso. Y allí se celebraba el Aquelarre. Allí, a la hora más oscura de la noche, se preparaba el Vinum Sabbati, se llenaba el cáliz diabólico hasta los bordes y se ofrecía a los neófitos, quienes participaban de un sacramento infernal; sumentes calicem principis inferorum, como lo expresa muy bien un autor antiguo. Y de pronto, cada uno de los que habían bebido se veía atraído por un acompañante (mezcla de hechizo y tentación ultraterrena) que lo llevaba aparte para proporcionarle goces más intensos y más vivos que los del ensueño, mediante la consumación de las nupcias sabáticas. Es difícil escribir sobre estas cosas, principalmente porque esa forma que atraía con sus encantos no era una alucinación sino, por espantoso que parezca, él mismo. Debido al poder del vino sabático —unos pocos granos de polvo blanco disueltos en un vaso de agua— la morada de la vida se abría en dos, disolviéndose la humana trinidad, y el gusano que nunca muere, el que duerme en el interior de todos nosotros, se transformaba en un ser tangible y objetivo y se vestía con el ropaje de la carne. Y entonces, a la hora de la medianoche, se repetía y representaba la caída original, y el ser espantoso que se oculta bajo el mito del Árbol de la Ciencia, era nuevamente engendrado. Tales eran las nuptiae sabbati".