La pandemia de COVID-19 ha pasado una "factura mental" a las personas mayores que viven solas, agravando los síntomas de ansiedad y depresión debido al estado de soledad y al escaso contacto social. Ésta es la principal conclusión de un estudio cualitativo realizado por investigadores de la Universidad de Granada que acaba de ser publicado en el último número de la Revista Española de Investigaciones Sociológicas, la publicación de mayor impacto en España en esta disciplina. El trabajo, que analiza en profundidad las experiencias de 102 mayores andaluces, revela cómo la soledad y la salud mental ejercieron un efecto sinérgico, intensificando el malestar psicológico durante la crisis sanitaria.
El estudio, llevado a cabo por Juan López Doblas, del Departamento de Sociología, y María del Pilar Díaz Conde, del Departamento de Psicología Social, describe un fuerte impacto emocional desde la fase inicial de la pandemia. El confinamiento estricto y la imposibilidad de relacionarse cara a cara sumieron a muchos entrevistados en estados de nerviosismo, llanto e incluso ataques de ansiedad que, en algunos casos, requirieron atención médica de urgencia. Este malestar no solo fue inmediato ya que, de hecho, muchas personas seguían arrastrando estos síntomas en el momento de ser entrevistadas, entre mayo de 2021 y diciembre de 2022.
El miedo al contagio y la sobreinformación
Uno de los factores clave que explican esta ansiedad persistente fue el miedo a infectarse de COVID-19. Este temor provocó alteraciones del sueño y llevó a muchas personas a no pisar la calle o a limitar al máximo sus salidas, incluso después de que se relajaran las restricciones. La exposición continua a los medios de comunicación, especialmente a las estadísticas diarias de contagios y fallecimientos y a las imágenes de hospitales desbordados, generó una enorme conmoción y contribuyó a una sensación generalizada de incertidumbre y desolación.

El déficit de apoyo emocional y la tristeza
La investigación subraya un "déficit de apoyo emocional" crítico. La reducción del trato directo con familiares y amigos, sustituido en muchos casos por comunicación virtual, resultó insuficiente para cubrir las necesidades afectivas. Situaciones como recibir las compras en la puerta de casa sin poder abrazar a los familiares causaban profunda pena. Este vacío emocional agudizó un sentimiento muy extendido: la tristeza. La tristeza por los encuentros familiares imposibles, por no poder relacionarse con la gente y por las numerosas defunciones observadas en el entorno.
El estudio también alerta de casos de depresión preexistentes que se vieron empeorados por el contexto pandémico. Algunos entrevistados, con o sin diagnóstico previo, confesaron tener "pocas ganas de vivir" e incluso mostraron pensamientos suicidas agravados por el aislamiento y, en ocasiones, por el abandono de la medicación debido a las dificultades para acceder a la atención sanitaria presencial.
Más allá del análisis durante la pandemia, la investigación concluye que la soledad hace frágiles a las personas mayores y establece un efecto de concurrencia con los problemas de salud mental. Los resultados ponen al descubierto la vulnerabilidad de este segmento de la población en momentos de crisis y el riesgo de que sus necesidades emocionales queden desatendidas, por lo que los responsables del estudio advierten de la necesidad de diseñar políticas públicas encaminadas a mejorar su calidad de vida y su bienestar emocional.





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