LA PALABRA machacona que vamos a escuchar y leer estos días en los medios va a ser pacto. Se trata del futuro de todos, no del de las formaciones políticas.
Que pacten lo más conveniente para España, pero que esta vez no nos tomen el pelo. Que no haya gente que sienta que las líneas de los supermecados están vacías porque no pueden acceder a ellas. Porque si esta vez no dejan de enturbiar a la sociedad con sus desmanes, podemos llegar a una situación de total depauperación. Mientras haya millones de españoles en el umbral de la pobreza, nadie debería estar tranquilo. Que pacten y arreglen, pero que no esperen a que llegue un día en que nadie pueda adquirir comida, aunque tenga dinero, por la falta de crédito a las pequeñas y medianas empresas distribuidoras, por quiebras de transportistas, por bajadas de salarios y por el aumento de los despidos, cuando todo se retuerza aún más en una espiral de círculos viciosos. ¿Hace falta llegar a esto para que se convenzan de que España padece el cáncer de la dictadura de los mercados? Que pacten, si hace falta, salir de Europa, continente inestable, aunque no lo aparente, tratando de confiar en una Alemania que —a pesar de su alto sentido de la responsabilidad y del trabajo— no admite las grietas que acabarán resquebrajando a toda la Eurozona. El Sur tiene la gran oportunidad de rebelarse, revelarse y desvelarse. Aquí, en el patrio suelo que antaño abarcaba tanto que no se ponía el sol, poco se puede hacer con líderes mendaces y demagogos que manipulan mentes, egoísmos y miedos; que sólo están aferrados a salvarse ellos mismos y para lo cual son capaces de las historias más deslumbrantes y aparentes. Que pacten por el pueblo y no para una buena imagen de los partidos. Que inicien relaciones comerciales con Sudamérica, la gran apuesta olvidada, y que regeneren el movimiento del dinero, el reparto de la gran riqueza que existe en España.
Que pacten sin mentiras ni egoísmos. Y que piensen, sobre todo, en las personas que lo están pasando mal y carecen de los medios suficientes.
Que pacten lo más conveniente para España, pero que esta vez no nos tomen el pelo. Que no haya gente que sienta que las líneas de los supermecados están vacías porque no pueden acceder a ellas. Porque si esta vez no dejan de enturbiar a la sociedad con sus desmanes, podemos llegar a una situación de total depauperación. Mientras haya millones de españoles en el umbral de la pobreza, nadie debería estar tranquilo. Que pacten y arreglen, pero que no esperen a que llegue un día en que nadie pueda adquirir comida, aunque tenga dinero, por la falta de crédito a las pequeñas y medianas empresas distribuidoras, por quiebras de transportistas, por bajadas de salarios y por el aumento de los despidos, cuando todo se retuerza aún más en una espiral de círculos viciosos. ¿Hace falta llegar a esto para que se convenzan de que España padece el cáncer de la dictadura de los mercados? Que pacten, si hace falta, salir de Europa, continente inestable, aunque no lo aparente, tratando de confiar en una Alemania que —a pesar de su alto sentido de la responsabilidad y del trabajo— no admite las grietas que acabarán resquebrajando a toda la Eurozona. El Sur tiene la gran oportunidad de rebelarse, revelarse y desvelarse. Aquí, en el patrio suelo que antaño abarcaba tanto que no se ponía el sol, poco se puede hacer con líderes mendaces y demagogos que manipulan mentes, egoísmos y miedos; que sólo están aferrados a salvarse ellos mismos y para lo cual son capaces de las historias más deslumbrantes y aparentes. Que pacten por el pueblo y no para una buena imagen de los partidos. Que inicien relaciones comerciales con Sudamérica, la gran apuesta olvidada, y que regeneren el movimiento del dinero, el reparto de la gran riqueza que existe en España.
Que pacten sin mentiras ni egoísmos. Y que piensen, sobre todo, en las personas que lo están pasando mal y carecen de los medios suficientes.