NO SIRVEN ya las políticas de enfrentamiento. Deberían entenderlo. Adolfo Suárez demostró que el consenso y el diálogo son caminos de futuro. Los reproches exacerbados que vemos y oímos cada día no hacen más que enturbiarlo todo y se está demostrando que la mayoría de los ciudadanos sólo quiere convivir en paz. Es el sentido de todas y cada una de las manifestaciones que se reproducen periódicamente. Representantes espontáneos de las regiones españolas son capaces de unirse en la misma noción, la que no incluye transformar a nadie en apátrida en su propia nación. El sentido común, la convivencia pacífica y la idea de unir y no separar está enraizada en España desde el principio de su historia, ya que siempre hemos sido una conjunción de pueblos y culturas. Ninguna opción valorable surge de la crispación, ni de la de derechas, ni de la de izquierdas, ni de la de centro, ni de la de federalistas, ni de la de autonomistas, ni de la de apolíticos ni de la de escépticos. En el 22M —a pesar de su mala prensa y de los descerebrados que protagonizaron el desencuentro, la violencia y la barbarie por la noche— se dio cita gente de todas las ideas, razas, regiones, religiones y profesiones demostrando que aún existe esperanza como existe primavera, buscando una salida a este sistema moribundo. Una primavera que ha llegado displicente como si fuese reflejo de los acontecimientos sociales, pero que lucirá con todo su esplendor. La corrupción política en España es una derivación de corrientes impositivas capaces de financiar para influir, de ingeniar mecanismos correctores con medios legales para obrar en su favor. La gente es consciente y lo expresa con esas convocatorias, alzando pacíficamente su voz. Aquí no sobra nadie, los seres humanos se unen para ejercer su propia soberanía en el mundo. Son soberanos. Esto es lo que en el fondo se reclama en las calles. Es un suma y sigue que no parará hasta que la transparencia, la armonía social y un diseño claro de futuro se instale en todas las conciencias.