Del mismo modo que todos nacemos en cualquier lugar, el agua debe ser de todos y cada uno de los más de siete mil millones de seres humanos que habitamos la Tierra. Unicef indica en un estudio que las mujeres y niñas de los países en desarrollo caminan un promedio de seis kilómetros diarios para trasladar 20 litros de agua. Y son muchos los países que sufren su escasez. El 96,5% del agua del planeta es salada (mares); otro 1% se encuentra en acuíferos y lagos salados. El porcentaje de agua dulce sobre el total es de un 2,5%. Del mismo, un 0,78% son aguas subterráneas que no se pueden extraer por la profundidad; un 1,71% están en forma de hielo en los casquetes y glaciares polares. Si restamos además el agua atmosférica, la que forma parte de los seres vivos y la de constitución de los suelos, queda un exiguo 0,007% disponible para el ser humano. El agua dulce que podemos utilizar se encuentra en acuíferos, lagos y ríos principalmente.
La cuestión es clara: quien domine el uso del agua dispondrá de un gran poder, ya que es un elemento primordial para la vida. El número de personas que no pueden acceder al agua potable se calcula en mil cien millones; y dos mil seiscientos millones, los que no disponen de saneamiento básico. Es decir, la mitad de la población mundial sufre limitaciones muy graves para disponer libremente del líquido elemento, lo cual a su vez mengua su calidad de vida y es el primer y gran inconveniente para erradicar la pobreza, la enfermedad y el subdesarrollo. Un bien de todos que no debe ser negocio.