A VECES, araño horas
al sueño para vivir, vivir, vivir. 55 tacos, y ahora me doy cuenta de
que la carrera de la vida empieza con cada amanecer. Resido donde
quiero, en el sol y en el agua. Tengo todo para subsistir y he creado
algo en el mundo. No quiero dejar grandes obras, no me interesa la
posteridad. Solo deseo que mis hijas y los seres humanos tengan una vida
auténtica, la gente de noble corazón, la que me enseña, la que —a pesar
de amarguras y malas circunstancias— brilla con luz propia. ¡Y son
tantas! Se pueden encontrar en las páginas de un libro y en cualquier
esquina del deambular de una vida. A veces el tonto más tonto de todos
los tontos es quien te da la clave para sortear los caprichos retorcidos
del demonio. Yo solo puedo decir gracias, gracias porque todo lo oculto
me es revelado como en una inmesa foto.
Cada día se configura ante mí un mosaico de imágenes y palabras que me ofrecen una cosmovisión para seguir mi camino. Y es gracias a la gente, a otros seres humanos, gracias a quienes son mis amigos y, sin apenas darse cuenta, me orientan, me animan, y estimulan mis pasos. Uno hace por la vida en la medida que resulta beneficioso de alguna manera para los demás. La moralidad como conjunto de pautas para convivir, como convención de convivencia, es algo de lo que hay que ser consciente. Si existiese un solo ser humano en el mundo jamás podría tener este sentido ético: carecería de las diversas costumbres y tradiciones. Mar Mirantes, autora de intersantes reflexiones, alude a su faceta de camaleón: "Allá donde voy observo de donde vine y en los ojos brillantes de los niños, los mismos corazones palpitantes que nos igualan y nos hacen humanos". Siempre yo me sentí así, perteneciente a una raza de nobleza, aventura e intrepidez. Un auténtico trotamundos, aunque no lo sea tanto (se diría que como un delfín en un oceanográfico). A pesar del escepticismo y la continua búsqueda del amor, permanece en mí un sentido atávico de la marcha de la humanidad, una huella que permanece indeleble, oculta como un tesoro lo está en esas piedras venerables que otras manos pulieron a través del globo terráqueo.
Cada día se configura ante mí un mosaico de imágenes y palabras que me ofrecen una cosmovisión para seguir mi camino. Y es gracias a la gente, a otros seres humanos, gracias a quienes son mis amigos y, sin apenas darse cuenta, me orientan, me animan, y estimulan mis pasos. Uno hace por la vida en la medida que resulta beneficioso de alguna manera para los demás. La moralidad como conjunto de pautas para convivir, como convención de convivencia, es algo de lo que hay que ser consciente. Si existiese un solo ser humano en el mundo jamás podría tener este sentido ético: carecería de las diversas costumbres y tradiciones. Mar Mirantes, autora de intersantes reflexiones, alude a su faceta de camaleón: "Allá donde voy observo de donde vine y en los ojos brillantes de los niños, los mismos corazones palpitantes que nos igualan y nos hacen humanos". Siempre yo me sentí así, perteneciente a una raza de nobleza, aventura e intrepidez. Un auténtico trotamundos, aunque no lo sea tanto (se diría que como un delfín en un oceanográfico). A pesar del escepticismo y la continua búsqueda del amor, permanece en mí un sentido atávico de la marcha de la humanidad, una huella que permanece indeleble, oculta como un tesoro lo está en esas piedras venerables que otras manos pulieron a través del globo terráqueo.