El caso es que la eternidad siempre ha sido una de las más nobles aspiraciones del hombre. De hecho, como decía Albert Camus, "no hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio; juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía". Si pidiesen voluntarios para experimentar un nuevo avance científico con el fin de mantenerse joven, sano y perdurable, yo me prestaría a pesar de los riesgos. Alguien habría de ser el primero para que todos los demás se beneficiasen de la eterna juventud. La única duda que me asalta es que, al no morir nadie (salvo por accidente u homicidio), la población mundial crecería de forma súper geométrica y vertiginosa. La humanidad festejaría las cenizas de los indeseables, los difuntos nefastos y perversos, como fuegos artificiales, algo que ya propone hoy por hoy —para todos los seres humanos, los beneficiosos para la humanidad y los parásitos de ella, para todo el mundo como opción— una funeraria valenciana que ofrece poner las cenizas mortuorias en una carcasa pirotécnica que se dispara al cielo y allí estalla en colores.
BALCÓN GLOBAL
Juan Carlos YAGO |
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