La fibromialgia juvenil es un trastorno de dolor crónico que afecta principalmente a chicas adolescentes. Una investigación liderada por la Universidad de Barcelona muestra que la resiliencia —la capacidad de afrontar la adversidad de forma adaptativa— no reduce los síntomas físicos de esta enfermedad crónica, pero sí podría actuar como un factor protector a nivel emocional y cerebral. El estudio, publicado en la revista Pain, señala que las adolescentes con mayor resiliencia presentan menos síntomas de depresión y ansiedad, mayor autocompasión y también patrones de funcionamiento cerebral más similares a los de las jóvenes sanas. Los hallazgos, obtenidos mediante encuestas y técnicas de neuroimagen funcional, abren nuevas vías terapéuticas basadas en el entrenamiento de habilidades psicológicas para mejorar la calidad de vida de estas pacientes.
El trabajo lo ha liderado la profesora de la Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud e investigadora del Instituto de Neurociencias de la UB (UBNeuro) y del Instituto de Investigaciones Biomédicas August Pi i Sunyer (IDIBAPS) Marina López-Solà. Y han participado los investigadores de su equipo Saül Pascual Diaz y Maria Suñol, primera autora del artículo. Asimismo, han colaborado en la investigación expertos del College of Medicine de la Universidad de Cincinnati, del Centro Médico del Hospital Infantil de Cincinnati y del Centro Médico de la Universidad de Chicago (Estados Unidos).
Estudio pionero con adolescentes
La investigación se ha basado en el estudio de la resiliencia y de la función cerebral de 41 chicas con fibromialgia juvenil y 40 chicas sin dolor. "Hasta ahora, la mayor parte de la investigación sobre resiliencia en contextos de dolor crónico se había centrado en personas adultas y tendía a definir la resiliencia como un rasgo estable o como la ausencia de psicopatología", explican Marina López-Solà y Maria Suñol. Según las investigadoras de la UB, esta visión pasiva y binaria (tener síntomas frente a no tenerlos) es especialmente problemática en personas con fibromialgia, ya que impide estudiar cómo se adaptan a los síntomas de dolor físico persistentes. "Además, no permite identificar qué habilidades psicológicas promueven una mejor adaptación y eso dificulta el desarrollo de intervenciones específicas para favorecerlas", añaden.

De izquierda a derecha, las investigadoras Maria Suñol y Marina López-Solà
En este estudio, los investigadores han adoptado una definición funcional de resiliencia, entendida como la presencia de recursos psicológicos que permiten a las adolescentes adaptarse a pesar del dolor crónico. "Es una visión más activa de la resiliencia en adolescentes, como una capacidad entrenable y que podría protegerse del sufrimiento emocional asociado al dolor crónico desde las primeras etapas de la enfermedad. Esta elección metodológica nos ha permitido caracterizar distintos perfiles de resiliencia dentro de la muestra y analizar cómo estos perfiles se relacionan con patrones específicos de conectividad cerebral", subraya López-Solà.
Para medir la resiliencia, los investigadores han partido de encuestas sobre dos habilidades: la capacidad de reinterpretar situaciones difíciles de forma más positiva y la tendencia a mantener un propósito y perseverar a pesar de los obstáculos. Los resultados muestran que las adolescentes con fibromialgia juvenil y alta resiliencia presentan menos síntomas emocionales, como depresión y ansiedad, y un mayor nivel de autocompasión —es decir, se tratan y se hablan mejor a sí mismas en momentos difíciles—, a pesar de experimentar un grado de dolor físico y otros síntomas físicos similares a los de las jóvenes con baja resiliencia. "Esto sugiere que, en la fibromialgia juvenil, un perfil resiliente podría no reducir los síntomas físicos, pero sí el sufrimiento asociado", apuntan las investigadoras.
Diferentes patrones de conexión funcional
Para estudiar la función cerebral, los investigadores han analizado neuroimágenes funcionales en reposo, una técnica que permite observar cómo interactúan diversas áreas del cerebro cuando la persona no está haciendo nada especial. Con esta aproximación han detectado que el grupo de pacientes con alta resiliencia muestra una mayor conectividad funcional que las que tienen una resiliencia baja, especialmente en la red en modo por defecto (DMN, por el inglés default mode network). Estos circuitos cerebrales están implicados en el pensamiento autorreferencial y en la flexibilidad cognitiva. "Una mayor conectividad podría indicar una mayor coordinación entre regiones cerebrales, lo que podría contribuir a una mayor flexibilidad cognitiva y, por tanto, mayor capacidad para adaptarse a situaciones adversas", explican las investigadoras.

Además, el estudio también muestra que el patrón de funcionamiento cerebral de las pacientes más resilientes es similar al de las adolescentes sin dolor, con diferencias limitadas a una región del cerebro implicada en los aspectos más puramente sensoriales del dolor. En cambio, las pacientes con baja resiliencia presentan un patrón más amplio de desconexión cerebral, que afecta a redes relacionadas con la atención, la percepción y el pensamiento sobre uno mismo. "Estos hallazgos sugieren que la resiliencia podría actuar como un factor protector ante las alteraciones cerebrales asociadas a la fibromialgia juvenil y también que los patrones de conectividad funcional cerebral tienen el potencial de utilizarse como biomarcadores para identificar a adolescentes con dolor crónico que presentan mayor vulnerabilidad", subrayan los investigadores.
Incrementar la autocompasión y la flexibilidad
Aunque se trata de un estudio observacional que no puede establecer relaciones causales y, por tanto, todavía serán necesarias más investigaciones longitudinales e intervenciones controladas para confirmar su validez, estos hallazgos tienen potenciales implicaciones biomédicas. En primer lugar, en el diseño de intervenciones terapéuticas, puesto que los resultados sugieren que potenciar la resiliencia podría tener beneficios terapéuticos en la fibromialgia juvenil. En concreto, los investigadores señalan el refuerzo de intervenciones psicológicas que contribuyan "a incrementar la autocompasión de las personas, o la capacidad para tratarse a sí mismas con cuidado y amabilidad en tiempos difíciles".
"Estas habilidades pueden entrenarse mediante terapias de tercera generación, como la terapia de aceptación y compromiso, la terapia basada en la compasión o la mindfulness-based cognitive therapy, que ponen el acento en la aceptación del malestar, el compromiso con valores y habilidades psicológicas personales y el desarrollo de una actitud flexible y compasiva hacia uno mismo. Estas aproximaciones tienen el potencial de reducir el sufrimiento emocional asociado al dolor crónico y contribuir a promover un funcionamiento cerebral más adaptativo y resiliente", subrayan las investigadoras.
Además, se trata de terapias que podrían constituir "el primer paso hacia estrategias de prevención personalizadas que actúen en fases tempranas del desarrollo para evitar la cronificación del sufrimiento emocional y las alteraciones neurofuncionales asociadas al dolor crónico", añaden.
Profundizar en los mecanismos cerebrales de la fibromialgia
El siguiente reto de los investigadores es profundizar en la comprensión de los mecanismos cerebrales que explican por qué algunas adolescentes con dolor crónico se adaptan mejor emocionalmente a pesar de la presencia de síntomas persistentes. En este sentido, ya están diseñando un estudio con una muestra más amplia de adolescentes con dolor músculo-esquelético para analizar, en primer lugar, si los resultados observados en fibromialgia juvenil se replican en otras condiciones de dolor crónico y, en segundo lugar, si la conectividad funcional en reposo puede predecir trayectorias de resiliencia o vulnerabilidad. "Identificar estos perfiles predictores podría permitir una estratificación precoz del riesgo y orientar la intervención terapéutica", concluyen los investigadores.