A 80 kilómetros de Madrid se encuentra El Alamín, un pueblo creado en la década del cincuenta por el Marqués de Comillas para albergar a sus trabajadores agrícolas. Ofrecía casas de una o dos plantas, con patios traseros y todos los servicios. El objetivo era que la comunidad fuera autosuficiente, al contar con escuela, iglesia, plazas y comercios. En su mejor momento, albergó a más de 150 personas que solo pagaban el recibo de luz, pero cuando el empleado se jubilaba debía dejar la vivienda al trabajador que ocuparía su lugar.
Una persona que creció allí cuenta que las mujeres eran amas de casa, trabajaban en la fábrica de conservas local o estaban al servicio doméstico de los marqueses. Los hombres cosechaban algodón, tabaco, maíz, patatas, tomates y pimientos o criaban ganado. Lo más humillante es que los dueños del pueblo organizaban, cada año, jornadas de caza de faisán, conejo o perdiz (a las que solía asistir el mismísimo Francisco Franco), y hacían trabajar a los empleados como sirvientes gratuitos, cargando y llevando las armas de los invitados, asustando a los animales para que salgan de sus escondites y recogiendo las presas abatidas.
Una mujer que también creció en el pueblo confesó que a los 13 años la emplearon en la fábrica de conservas. Cuando esa empresa cerró, trabajó para los marqueses junto a su cuñada, desempeñando por un solo sueldo diferentes tareas: doncellas, amas de llaves, cocineras y personal de limpieza.

Ante la falta de oportunidades laborales y los abusos patronales, los trabajadores comenzaron a irse y, para fines de los años noventa, los últimos habitantes dejaron El Alamín para instalarse en Madrid, tentados por ofertas de empleo mucho mejores. Como consecuencia de este éxodo masivo, la localidad comenzó a deteriorarse rápidamente ante la falta de cuidado, el clima y el vandalismo.
Un hecho inquietante es que, en los últimos años, se han detectado sonidos extraños, luces sin explicaciones lógicas, sombras que aparecen en las ventanas de las casas y el fantasma de un antiguo cura que, de acuerdo al mito popular, mató a una monja a la que había dejado embarazada. El periodista José Manuel García Bautista, especializado en lo sobrenatural, contó la terrible experiencia que vivió allí a El Correo: "Vimos una sombra que entraba en la vieja iglesia, la seguimos, pero allí no había nadie. También escuchamos el repique de una campana inexistente en medio de la nada. Todo eso con grabaciones de psicofonías y sintiendo la abrupta bajada de temperatura y la presencia de un ser espectral cerca de nosotros. Fue muy impactante".
Y agregó, para dejar clara su postura: "Como periodista informo con mente analítica y aplicando la lógica a todo, pero cuando no hay explicación posible lo imposible es lo más lógico... por ilógico que parezca a priori. Llevo más de treinta años en el mundo del misterio y he vivido cosas. La persona que menos cree, por experiencia, es la que cuando le suceden estos hechos te llama la primera y la más convencida".
García Bautista cerró su monólogo afirmando que cuenta con el apoyo de personal científico de primer nivel que lo acompañó en sus tareas de campo: "He investigado hechos sobrenaturales con profesores de la Facultad de Física y miembros del CSIC a título personal y se han quedado muy sorprendidos. De todos modos, no estoy aquí para convencer a nadie, expongo lo que hay y cada uno que obre en conciencia".
Ante el aumento exponencial de turistas interesados en conocer los fenómenos paranormales de El Alamín, la entrada al pueblo fue restringida por las autoridades, lo que no impide que, por las noches, grupos de personas ingresen al lugar para confirmar si los mitos sobre fantasmas son ciertos.