LOS ÚLTIMOS acontecimientos sangrientos de París, si para algo han servido —a fuerza y mazazo de la terrible tragedia terrorista con la desaparición de los doce redactores, del policía musulmán y de cuatro de los rehenes, junto a los diversos, y fatales también, efectos colaterales— es precisamente que el mundo está más que predispuesto al fortalecimiento de la unidad. La mayoría de los líderes mundiales ha participado (de una u otra manera) en la manifestación de repulsa por estos lamentables hechos. Es un pequeño paso de una parte de los seres humanos, pero un gran avance para la humanidad. El cruento ataque producido deliberadamente en un medio de comunicación ha simbolizado la fuerza adquirida en la conciencia universal del tema de la libertad de expresión. Y lo transciende en el sentido de que incluso la precariedad que padece casi la mitad de la población mundial y ciertos países enteros es susceptible de modificación. Y a favor.
En España, sin ir más lejos, los pedigüeños, mendigos e indigentes casi invaden las calles de cualquier ciudad. La libertad de expresión se defiende mejor si va acompañada por la equidad y la ausencia genérica de inanición ciudadana junto a un sentido ecológico de lo que existe y de lo que se consume, mientras se patentiza una clara renovación de la noción sistémica que no va pareja al sufrimiento social, los abusos y los ataques de descerebrados eliminando la vida.
El caso es que la muerte y la desolación no solo la provocan los terroristas sino las carencias, la carestía y el constreñimiento público, lo cual viene provocado por otros seres humanos quizá más peligrosos: quienes dirigen los grandes trusts financieros; quienes diseñan normativas como la Ley de Seguridad Ciudadana en España, más conocida como ley "mordaza", de la que recelan gran parte de los columnistas más importantes de Europa dado que de su lectura se desprende una nueva y sutil inoculación —en la actual resocialización de la democracia— del veneno de la austeridad neoliberal que ha atenazado también a las otras naciones más modestas de la CEE.
En España, sin ir más lejos, los pedigüeños, mendigos e indigentes casi invaden las calles de cualquier ciudad. La libertad de expresión se defiende mejor si va acompañada por la equidad y la ausencia genérica de inanición ciudadana junto a un sentido ecológico de lo que existe y de lo que se consume, mientras se patentiza una clara renovación de la noción sistémica que no va pareja al sufrimiento social, los abusos y los ataques de descerebrados eliminando la vida.
El caso es que la muerte y la desolación no solo la provocan los terroristas sino las carencias, la carestía y el constreñimiento público, lo cual viene provocado por otros seres humanos quizá más peligrosos: quienes dirigen los grandes trusts financieros; quienes diseñan normativas como la Ley de Seguridad Ciudadana en España, más conocida como ley "mordaza", de la que recelan gran parte de los columnistas más importantes de Europa dado que de su lectura se desprende una nueva y sutil inoculación —en la actual resocialización de la democracia— del veneno de la austeridad neoliberal que ha atenazado también a las otras naciones más modestas de la CEE.