ALGUNO DE mis lectores seguro que cobra en bitcoins. Se teme lo que no se sabe y se deja de temer cuando se hace. Será cuestión de probarlo. El bitcoin es una moneda digital, o sea, es dinero. Cada día se intercambian el equivalente a millones de dólares en bitcoins, que se generan a través de la "minería", un proceso de la Red que premia a los usuarios por sus servicios. Es un sistema de pago útil basado en propiedades matemáticas en vez de físicas, como el oro y la plata.
El ser humano inventa siempre. Lo de que no hay nada nuevo bajo el sol es relativo. Se inventa para satisfacer las necesidades más básicas o por ver realizados los más dispares deseos. Lo del bitcoin presenta buen cariz, pero no siempre el ingenio se utiliza para algo benigno y favorable. La lista es larga: armas de laboratorio, alimentos transgénicos, clonación de cuerpos a la carta, pastillitas como la Viagra... aventuradas formas de deteriorar la naturaleza.
Prefiero cosas tan sencillas como el aire puro o aguas limpias y cristalinas; armonía con mis congéneres y con el planeta. Nuestros cuerpos empiezan a almacenar minerales y restos microscópicos de sustancias poco recomendables para la salud. A veces pienso que experimentan con nosotros seres extraterrestres que ignoramos y no podemos ver, agazapados en su gran tecnología, del mismo modo que los seres humanos somos capaces de elaborar sensualidad —adquirida en quirófanos incluso con miles de bitcoins por alegres consumidores de implantes de silicona para elevar el culo y agrandar las tetas— y también incluso producir criaturas e ingenios cibernéticos que más bien parecen esclavizarnos en un frenético progreso que aún no imaginamos dónde llegará a parar.
Y las industrias más aclamadas son las que, a escondidas, envenenan el planeta. Sin embargo, se produce esto mientras nos acosa el paro, la precariedad y hasta el hambre.
Sí: apuesto por cosas sencillas, las que dije y otras como redescubrir el olor que deja una tormenta, admirar una puesta de sol o el placer de pasear cada noche por la playa, por ejemplo.
El ser humano inventa siempre. Lo de que no hay nada nuevo bajo el sol es relativo. Se inventa para satisfacer las necesidades más básicas o por ver realizados los más dispares deseos. Lo del bitcoin presenta buen cariz, pero no siempre el ingenio se utiliza para algo benigno y favorable. La lista es larga: armas de laboratorio, alimentos transgénicos, clonación de cuerpos a la carta, pastillitas como la Viagra... aventuradas formas de deteriorar la naturaleza.
Prefiero cosas tan sencillas como el aire puro o aguas limpias y cristalinas; armonía con mis congéneres y con el planeta. Nuestros cuerpos empiezan a almacenar minerales y restos microscópicos de sustancias poco recomendables para la salud. A veces pienso que experimentan con nosotros seres extraterrestres que ignoramos y no podemos ver, agazapados en su gran tecnología, del mismo modo que los seres humanos somos capaces de elaborar sensualidad —adquirida en quirófanos incluso con miles de bitcoins por alegres consumidores de implantes de silicona para elevar el culo y agrandar las tetas— y también incluso producir criaturas e ingenios cibernéticos que más bien parecen esclavizarnos en un frenético progreso que aún no imaginamos dónde llegará a parar.
Y las industrias más aclamadas son las que, a escondidas, envenenan el planeta. Sin embargo, se produce esto mientras nos acosa el paro, la precariedad y hasta el hambre.
Sí: apuesto por cosas sencillas, las que dije y otras como redescubrir el olor que deja una tormenta, admirar una puesta de sol o el placer de pasear cada noche por la playa, por ejemplo.