BASTANTES medios de comunicación y ciertas fuerzas vivas están tratando de eclipsar la actividad de las columnas ciudadanas que caminan hacia Madrid; de reducir su repercusión mediática. Pero es difícil no deslumbrarse si se mira de frente al Sol. Además, los pueblos —la mayoría de ellos por donde pasan— aportan comida y locales de pernoctación. La policía a veces desvía las marchas hacia carreteras secundarias o les meten por veredas, obedeciendo órdenes con la estrategia de invisibilizarlas al tráfico rodado. Pero caminan; aunque a veces solo se oigan los ladridos en la distancia. Caminan. Ni es posible ni necesario crear más empleo. Los derroteros van por otro lado. El nuevo sistema se erige casi por sí mismo. Su construcción pasa por que el dinero público esté en manos de los ciudadanos (no en los bancos) en forma de Renta Básica, universal e incondicional. Es uno de los puntos que piden las marchas del 22 de marzo. El sueldo base al mes para cada persona, trabaje o no. Es un afán para no condenar a la mayoría de la sociedad con la inercia política del empleo. Uno de los máximos apologistas de esta implantación del futuro, Ramiro Pinto, reclama que se materialice esa renta primero de manera inmediata y urgente a los desempleados que no cobran prestaciones, a estudiantes y mayores de edad de familias sin recursos. Con estas y otras medidas revulsivas e innovadoras el nuevo sistema evitará la orgía de corrupción que nos asola, con carretadas de dinero público en inversiones y ayudas e incentivos del gobierno de turno que van a parar a grandes beneficios empresariales sin que apenas de cada cien euros invertidos se use una docena para salarios. Estas marchas son un saludable ejercicio contra el chantaje, el permanente chantaje con que se destruyen paulatinamente los derechos laborales. Merece la pena para acabar con la frustración ciudadana y con los abusos que hacen que unos pocos se enriquezcan a costa de empobrecer a una gran parte de la población.