EL RESUMEN de un día cualquiera es una retahíla de quejas y gozos, de asombros y miedos, de dudas y resoluciones, de estrés y liberación. La pausa del café es un respiro y un acontecimiento, una oportunidad de comunicación serena, un descubrimiento de las quejas y las glorias de los congéneres. Cada uno disfruta del café a su manera, en vaso de cristal o en taza, más caliente o más templado, tipo "mitad", "sombra", "nube", "cortado", "manchado"... Las dedicaciones de cada uno, su disponibilidad económica, la posición social vendría a ser el mero recipiente desde donde se sorbe la vida. A veces solo nos fijamos en eso, en los continentes, dejando de disfrutar del contenido, del café humeante y relajante de vivir. Los más felices no son quienes disponen de lo mejor sino quienes hacen lo mejor con lo que tienen. Por eso el momento del café es una manera de agradecer lo bueno de la vida, viviendo de forma sencilla, en paz, teniendo a alguien a quien amar y por quien vivir. Una charla amable es un principio de solidaridad. Me gusta tomar un café con cualquier ser humano, esos momentos en los que estar sentado uno frente al otro otorga el valor de lo auténtico y lo sencillo, esas pequeñas cosas que hacen que la vida resulte maravillosa. Nuestra complicidad compartiendo un instante magnífico, con el aroma inconfundible del café como testigo de nuestra presencia, extrayendo alguna confidencia especial, algo a destacar en la imagen del encuentro. Sonrisas y confidencias —un día cualquiera—, el incentivo de la mañana, saber cómo respira la gente, qué siente y de qué padece. Ese bullicio de las personas en el mundo. Es una forma de sentir al género humano, es observarse y ser observado, disfrutar de esos pequeños detalles graciosos, de aquel que se atropella entre el gentío por alcanzar el periódico o de quien lo está leyendo con fruición. Cosas rutinarias de la vida... ya ven, hoy he hablado de la experiencia tan prosaica de tomar un café.
Juan Carlos YAGO |
|
|
|
|