LA GRAN sorpresa de este verano ha sido la caída del mito Jordi Pujol, un audaz embaucador capaz de mostrarse ante el mundo como el defensor del más honorable idealismo. Al igual que Hitler, gozaba de un carisma y de un magnetismo mágicos para influir sobre las personas, congregando simpatías para luego manipular y adoctrinar a las masas. Según expertos, la actividad cerebral se incrementa cuando se miente, al activarse las zonas más desarrolladas del cerebro. Por lo tanto, mentir supone un auténtico reto creativo y, también, una buena memoria o un buen cuaderno de notas siempre a mano. La capacidad mental de Jordi Pujol para colársela a todo el mundo es proverbial. Casi convenció a todos de que España robaba a Cataluña, una afirmación que los demás contendientes políticos no sabían contrarrestar lo suficiente y que le dio mucho juego para ir mangándola. Ahora el gran fingidor se esconde. Un golpe brutal al independentismo catalán porque desvela unas prácticas perniciosas que se han acomodado bajo la bandera del nacionalismo. Drástico cambio pasar de personaje reconocido y admirado a vulgar ladrón. Pocos días de salud han de restarle. Los catalanes de buena voluntad, que son todos —tanto independentistas como los que yo llamo integrados— sienten al menos pudor ante su confesión de que no ha declarado a Hacienda un patrimonio gigantesto escondido, camuflado. De todas maneras, que nadie piense que esto acaba con el afán nacionalista. Pero nadie de ellos esperaba que entre los implicados en escándalos estuviese el propio Pujol. Si no lo llega a reconocer él mismo, hubiese habido mucha gente que no se lo hubiera creído aunque resultase condenado por un juzgado. De la noche a la mañana se ha fulminado el mito estrepitosamente. El ex honorable no quería tumbar al enemigo con sus mentiras, hacer triunfar un ideal aunque fuese a base de falacias, sino tan solo colmarse de riqueza, robando a España.
Juan Carlos YAGO |
|
|
|
|