Como decía un maestro mío, hay que dejarse el ‘es que’ bajo la almohada. Al levantarse, fuera excusas. Lo que se debe hacer, se hace, sin embelesos. Desterraría también de la mente matutina el “si hubiese hecho esto o aquello, el resultado habría sido diferente”. Hoy, un día de trajín, de realizaciones, esfuerzos y pesadumbres —como tantos— he querido obviar los ‘es que’ y los ‘si hubiese’.
—Es que a ti todo te parece tan fácil, pero es que no lo es. La gente precavida es la que no se apresura, es la que vale por dos y si hubieses observado, no te equivocarías tanto. Es que es muy importante, lo dice todo el mundo.
—¿Así te justificas? ¿Pero de qué mundo me hablas? ¿Tienes cuadrada la mente y no piensas hacer nada original?
—Es que eres un exagerado. Mejor no hablo más contigo, eres incorregible. Si hubieras escuchado lo que he dicho sabrías que no se puede hacer. ¡Es que no entiendes nada!
Diálogo tan corriente y moliente que se escucha en cualquier esquina de la ciudad. Mejor me abstraigo, camino entre la gente, pienso mientras existo y trato de destacarme. Me gusta esta palabra, hace mucho que no la disfrutaba, quizá desde hace muchos años cuando en un periódico me nombraron corresponsal destacado a raíz de una noticia singular sobre el cuartel Viriato en Zamora (1990).
Recuerdos para renovarse, para beber de la nostalgia y, también, de la sabiduría y de la experiencia en mi búsqueda de un nuevo sistema mundial, del mismo modo que de un sitio en el mundo (todavía) y, tal vez, quizá, quién sabe, de mi particular huida hacia adelante contra el chirriar de los condicionales evasivos y de los ‘es que’ de seres inseguros, justamente quienes pretenden convencerte de que gozan del alto privilegio de la confianza en sí mismos.
Gente así, tan convencida, tan fundamentalista, tan aparente en la perfección de su discurso, precisamente es la menos beneficiosa para su propia tranquilidad y para el sosiego social.