ALGO
ANORMAL va a pasar. Esta Navidad se presenta caliente, demasiado. A
pesar del invierno, crudo generalmente en todas las regiones de
España (quizá algo menos en Canarias), y además de tantas sillas
dispersas por todo el territorio nacional —esas sillas del hambre que
tanto ignora la gente oficial y la corporativizada—, añadiendo la
honrosa tarea de recogida de alimentos para menesterosos españoles y
extranjeros residentes (y no dan abasto) y tantas otras expresiones
lúgubres del paupérrimo panorama, hay sobradas ascuas que hierven la sangre de la población. En muchos ámbitos. Desde lo pro/anti taurino hasta la deseperación por los más de
tres millones de niños españoles desnutridos. Se nota que el
personal está más que harto y quiere bronca. Como para celebrar con
pompa y lujo estas "entrañables" fechas, muertos de hambre, unos;
desolados, otros y, la mayoría, retorciéndose de las mordeduras de la crisis como dadas en la misma entrepierna. Los ricos también lloran: el honrado currante no se siente ya tan
digno ni tan dignificado como para esforzarse en su eficiencia como antaño.
Dios nos libre del efecto mariposa. Bueno, que pocos miran eso. Pero ocurre. ¡Egoístas globales! En Navidad, todos buenos oficiales: queda muy chic. ¿Cómo estar tan campantes y en paz cuando a nuestro lado muere gente por la indiferencia de nuestras manos? Basta de hipocresía. Salvarnos no tiene fechas en los calendarios. En las fiestas que se aproximan, muy bien. ¿Pero después, qué? Sin embargo, lo de la paz ha de estar primero en uno aun rodeados de infortunio; aunque estemos a las puertas de una guerra poco virtual sino que ya está matando y carcome cada día la cartera y, lo que es peor, el corazón, el páncreas y el pulmón... todas esas enfermedades de la gente que no sabe de dónde le vienen. De la tormenta y de la especulación. Y sin paraguas, que el poder presta cuando no llueve. Mi paz interior no me la arrebata ni dios, pero hay personas que no alcanzan este lujo ni el de la fe cuando les están guiando a la fuerza hacia la miseria.
Dios nos libre del efecto mariposa. Bueno, que pocos miran eso. Pero ocurre. ¡Egoístas globales! En Navidad, todos buenos oficiales: queda muy chic. ¿Cómo estar tan campantes y en paz cuando a nuestro lado muere gente por la indiferencia de nuestras manos? Basta de hipocresía. Salvarnos no tiene fechas en los calendarios. En las fiestas que se aproximan, muy bien. ¿Pero después, qué? Sin embargo, lo de la paz ha de estar primero en uno aun rodeados de infortunio; aunque estemos a las puertas de una guerra poco virtual sino que ya está matando y carcome cada día la cartera y, lo que es peor, el corazón, el páncreas y el pulmón... todas esas enfermedades de la gente que no sabe de dónde le vienen. De la tormenta y de la especulación. Y sin paraguas, que el poder presta cuando no llueve. Mi paz interior no me la arrebata ni dios, pero hay personas que no alcanzan este lujo ni el de la fe cuando les están guiando a la fuerza hacia la miseria.