NO ENTIENDO las muertes en la Franja de Gaza. No entiendo los ataques que se producen periódicamente en el siglo XXI, después de que fuera una provincia del Mandato Británico de Palestina entre los años 1917 y 1948 y tras la partición decidida por las naciones unidas en 1947 para Palestina y el nuevo estado de Israel, y luego quedar integrada al estado palestino y, sin embargo, posteriormente ocupada por Egipto. Una tierra sin una particular riqueza que puedan subastarse las grandes potencias, una tierra que gentes sin tierra consideran suya, una tierra que es una miscelánea histórica y de religiones y promesas sin completar. Una tierra de nadie y de todos que hoy reproduce un holocausto que puede afectar en el mundo a cualquiera. Este es el lamentable panorama que ni los mismos litigantes entienden. Lo que todos vemos no es más que la matanza inútil de niños, masacrados salvajemente, y de mujeres y hombres inocentes, también masacrados salvajemente. Se pueden fundamentar los ataques a Gaza en que una acción restringida al ámbito militar —con sus consecuentes impactos colaterales— podría destruir por fin al grupo terrorista Hamás. Pero, tal como actúan, no lo erradicarán. Lo que se puede calificar como holocausto actual sobre la población palestina sin discriminación y sobre la infantil particularmente, está generando una virulencia más alta y es muy problable que entre las cenizas y de las carnes mutiladas emerja una nueva generación de terroristas palestinos. No solo los contendientes actuales, sino cualquier grupo humano del mundo puede sufrir las consecuencias de esta desesperación. Quizá los gobernantes israelíes opinen que los problemas de su país tienen en la violencia la mejor solución, pero el mundo entero no comprende esta gestión bélica y llora con las víctimas y por ellas. Nadie puede estar tranquilo mientras este holocausto que vive hoy mismo la humanidad no finalice de una vez por todas. No entiendo las razones de este conflicto, tan solo quiero hoy alzar un canto de vida y esperanza por la paz en esos remotos —y tan próximos en el corazón— trozos de la Tierra que habita el ser humano.