MILES y miles de personas caminan a estas horas hacia Madrid desde distintos puntos de España para confluir el sábado 22 de marzo a las cinco de la tarde (la antigua hora de los toros) y continuar una lidia amenazante, importante en estos momentos, por unos servicios públicos de calidad, por el derecho a una vivienda y empleo dignos y para evitar la troika y el pago de cuestionable deuda. Mineros de Asturias y de León, trabajadores de Exremadura, de Castilla-La Mancha, estudiantes en lucha y reivindicación por las becas y la calidad de la enseñanza de Zaragoza y de la comunidad valenciana, grupos tan dispersos y dispares acompañados también del colectivo “bomberos quemados” por si la temperatura sube demasiado. De todos los lugares. Allá por donde pasan, como ocurría con Jesucristo, las gentes les dan no solo ánimos, sino alimentos. Los gallegos, algo más cómodos, están llenando trenes y autobuses. España en pie y a pie, duras caminatas pero muy cordiales. Encendidas columnas de caminantes de prácticamente todas las ciudades españolas. Dijo Vázquez-Figueroa que cuando el destino de los países y sus habitantes no depende de lo que trabajen y la cantidad de alimentos, zapatos o productos que sean capaces de fabricar, sino de que un señor con cara de acelga mustia se coloque tras una mesa e insinúe que "tal vez si o tal vez no" el Banco Central compre o no compre deuda —lo que provoca que unos pocos ganen millones de dólares mientras millones de personas pasan hambre— ha llegado el momento de renegar del sistema que propició que llegáramos a eso. Ni siquiera un monstruo como Adolf Hitler pudo causar tanto dolor con un simple gesto. El veintidós de marzo —dicen que todo lo cura el tiempo— es el tiempo locura por la libertad, es la lucha contra el desprecio y la indignidad de las arcaicas gobernanzas que soporta un país, tiempo echado a pie, marchas por la dignidad, paso a paso hasta el fin.