El gran apagón que el pasado 28 de abril dejó sin suministro eléctrico a la mayor parte de España y Portugal no solo afectó a la actividad de millones de personas, sino que también activó un complejo entramado de emociones, percepciones y comportamientos. Así lo muestra un estudio realizado por investigadores de las universidades de Granada y Málaga que revela que el impacto psicológico y conductual de la crisis fue mucho más profundo y duradero de lo que podría imaginarse.
Mientras los análisis institucionales se han centrado en identificar las causas operativas del fallo, sus implicaciones económicas, los canales de comunicación empleados y, muy levemente, la reacción de la ciudadanía durante las horas en las que España quedó sumida en la "oscuridad", este estudio adopta una mirada distinta y necesaria. Liderado por los Catedráticos de Comercialización e Investigación de Mercados, Francisco Liébana-Cabanillas y Sebastián Molinillo, junto con Elena Higueras-Castillo y Francisco Rejón-Guardia, el estudio centra su atención en las personas: qué sintieron durante el apagón, cómo actuaron en sus rutinas más cotidianas, cómo se informaron, cuál fue su comportamiento de compra y cómo afrontaron la incertidumbre. Para ello, han realizado una serie de entrevistas en profundidad y una encuesta nacional en la que han participado más de 400 personas, con la financiación del Proyecto I+D+i "Emergencias crónicas y transformación ecosocial" (PID2022-137648OB-C22) del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades.
Cuando se apagan las luces… se encienden los temores
Los datos hablan por sí solos: el 61,8% de las personas encuestadas reconoció haber sentido miedo en algún momento durante el apagón. Un 60% expresó una mayor sensación de vulnerabilidad ante la posibilidad de nuevos cortes prolongados y cerca del 50% calificó la experiencia como altamente impactante.
En términos emocionales, los participantes manifestaron un cóctel intenso de estados de atención, alerta, molestia, determinación y orientación a la acción. Y lo más revelador: estas emociones no se disiparon con el restablecimiento del suministro eléctrico, sino que, en muchos casos, se intensificaron con el paso de las horas, alimentadas por la escasa información inicial sobre lo que estaba ocurriendo. Solo un 5% afirmó haberse sentido suficientemente informado durante ese día, lo que subraya la magnitud del desconcierto vivido. Eso explicaría que la percepción de descontrol fuera abrumadora: más de la mitad de los encuestados sintió que no podía gestionar la situación. La desconexión tecnológica, el aislamiento y la falta de referencias generaron una sensación colectiva de fragilidad que se tradujo en una respuesta instintiva: comprar.
Pánico silencioso: el reflejo en los carritos llenos
Uno de los hallazgos más interesantes del estudio es la relación entre el estado emocional y la conocida como "compra de pánico". Lejos de ser una conducta planificada, las compras que muchos ciudadanos realizaron durante y tras el apagón, de acopio o de productos que habitualmente no utilizan, tuvieron un fuerte componente emocional: miedo a quedarse sin productos básicos, ansiedad por lo incierto y la necesidad de recuperar la sensación de control a través de la compra.
El 25% de los participantes admitió haber realizado compras como consecuencia directa del apagón. Además, como su duración no fue la misma para todas las personas, se observa que el tiempo sin electricidad y la falta de información influyeron directamente en la sensación de vulnerabilidad y, con ella, en la necesidad de acaparar productos. El acto de llenar el carrito, aun de productos que podrían no ser necesarios, se convirtió en una respuesta tanto emocional como práctica, en un intento de recobrar la seguridad.
Baja preparación ante la emergencia
A diferencia de otros países europeos, en España la mayoría de la población no está preparada para una crisis de esta magnitud. Menos del 40% contaba con recursos básicos como linternas, velas o pequeños acumuladores portátiles de energía; menos del 5% disponía de un generador o batería autónoma que pudiera alimentar dispositivos al menos 24 horas; solo el 10% tenía un kit de emergencia para cortes prolongados; el 42% tenía reservas de alimentos para varios días, pero apenas el 30% contaba con un sistema alternativo para cocinar que no dependiera de la red eléctrica.
El estudio también identifica diferencias en el nivel de preparación en función del entorno urbano. En términos generales, los habitantes de grandes poblaciones mostraron una mayor preparación en aspectos básicos, como el almacenamiento de alimentos no perecederos o la disposición del kit de emergencia. Sin embargo, la tenencia de recursos más especializados, como generadores eléctricos, grandes baterías o paneles solares portátiles, fue baja en todos los municipios, lo que revela una falta estructural de resiliencia energética. En las localidades más pequeñas, la preparación fue menor que en las grandes, sobre todo en medios técnicos, pero también en el menor acopio de alimentos. Sin embargo, la tenencia de recursos más especializados, como generadores eléctricos, grandes baterías o paneles solares portátiles, fue baja en todos los municipios, lo que revela una falta estructural de resiliencia energética.
Más allá del 28A: una llamada a la gestión de recursos, medios y emociones
Los hallazgos de este estudio evidencian la vulnerabilidad de la población tanto por la carencia de recursos y medios materiales, como por la falta de preparación emocional ante eventos de esta magnitud. A partir de estos resultados, proponemos una serie de recomendaciones básicas orientadas a fortalecer la capacidad integral de la población para adaptarse y responder eficazmente a situaciones adversas:
Establecer protocolos de comunicación inmediata, accesibles y transparentes, que proporcionen información clara, verificada y continua a la ciudadanía. Una comunicación eficaz ayuda a reducir la incertidumbre, frenar rumores y contener la sensación de vulnerabilidad, especialmente en las primeras horas de una crisis.
Impulsar campañas de educación preventiva centradas en la cultura del riesgo, promoviendo en la población conocimientos, hábitos y valores que permitan afrontar emergencias con mayor autonomía y calma. Estas campañas deben incluir orientaciones prácticas sobre el equipamiento básico y la preparación del hogar, pero también fomentar una actitud fuerte y solidaria.
Incorporar la perspectiva de resiliencia comunitaria en las políticas públicas, promoviendo redes de apoyo vecinal, espacios de formación participativa y simulacros que integren a la ciudadanía como protagonista activa en la prevención y respuesta ante desastres.
Coordinar las redes de distribución de productos, para prevenir situaciones de desabastecimiento generadas por compras compulsivas o pánico colectivo. La planificación anticipada y la información oportuna son fundamentales para garantizar el acceso equitativo a bienes esenciales.
Desarrollar mecanismos de atención emocional y escucha activa, con especial atención a colectivos vulnerables como personas mayores, personas con discapacidad, menores o quienes viven solas. Además, es importante brindar herramientas a las familias para que puedan acompañar a los menores en estos contextos. Explicar de forma sencilla y segura qué está ocurriendo, responder a sus dudas sin alarmismo y sostener emocionalmente su experiencia.
Una mirada que faltaba
Este estudio presenta un punto de inflexión en la forma de analizar las crisis energéticas, y de otra índole, en España. Al centrarse en las emociones y en los comportamientos de los ciudadanos, complementa y enriquece los enfoques técnicos tradicionales.
Comprender cómo reacciona la sociedad ante situaciones de alta incertidumbre permite anticipar comportamientos y construir resiliencia colectiva. No se trata solo de resistir, sino de aprender a vivir con mayor conciencia del riesgo. Prepararse colectivamente es, hoy más que nunca, un acto de cuidado y de responsabilidad social. Y quizás esa sea otra de las grandes lecciones del apagón: que más allá de las cuestiones técnicas, es fundamental preparar a la población para preservar las sensaciones de confianza y seguridad.