HA CONCLUIDO el período vacacional de Semana Santa con dos noticias diametralmente opuestas. La trágica y ya irresoluble, las treinta y cinco muertes en la carretera. La buena, el ascenso vertiginoso del turismo con la consecuente ocupación hotelera y lo que conlleva: nuevas contrataciones laborales. La alegría se ve empañada por esos accidentes mortales, treinta de ellos sufridos en carreteras secundarias. Lo que antes se decía de las causas más habituales de mortalidad, las tres ces (carretera, corazón y cáncer), era no bajar la guardia. Está claro que la DGT ha seguido esforzándose por que la seguridad en las carreteras sea cada vez de más calidad y se produzcan menos accidentes. Sin embargo, no bajan las tasas y son los más jóvenes quienes suelen dejarse la vida en el asfalto. Aparte de que los automóviles hoy vienen fabricados con un índice de potencia elevado y pueden alcanzar más del doble de la velocidad permitida, son la inexperiencia y la falta de precaución humana, la conducción temeraria o despreocupada, lo que provoca este mal del que tanto nos lamentamos en los períodos vacacionales. Está claro que los fabricantes de automóviles los construyen con potencia para superar situaciones imprevistas de aprietos en los adelantamientos o en otras ocasiones de peligro en las que la velocidad juega a favor, y que también ofrecen sistemas activos y pasivos evitar o reducir los accidentes. Hoy tenemos más dispositivos y medios de seguridad que nunca y, sin embargo, los siniestros están del mismo modo contabilizados como dramáticos y desbordantes. Es cierto que se efectúan un mayor número de desplazamientos. Hay estudios diversos sobre la vulnerabilidad al volante y en los mismos se tienen en cuenta los factores como potencia, sexo, velocidad, exceso de confianza, pero también el alcohol y las drogas, y que concluyen con resultados bastante interesantes. Uno de ellos es que la alta tecnología actual en el automóvil puede hacer mucho por la seguridad, pero la natural prudencia es la mejor garantía de salir indemne. Prudencia, educación y puesta en práctica de la serenidad y voluntad de conducir adecuadamente.
Juan Carlos YAGO |
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