AUNQUE SE han ocultado deliberadamente datos en los medios de comunicación, el número de suicidios en España ha aumentado. Y lo ha hecho por meras razones materiales. Hoy ya nadie se mata por amor. ¿O sí? La precariedad es, sin embargo, un motivo poderoso para acabar con la vida por voluntad propia. Muy triste es pasar hambre y sentirse inútil y menospreciado. Joaquín Sabina afirmó que, envuelto en su ufanía, jamás hubiera dicho que fuese a conocer la depresión. El porcentaje de sufrimiento que soporta el ser humano supera al ansiado placer que insistentemente busca. La felicidad completa es lo menos permanente que existe. ¡Cuántas y cuántas veces estimulamos nuestra tarea cotidiana con todo tipo de incentivos! Incentivos que van desde el más valioso —una buena carrera universitaria, un alto cargo directivo, una vuelta al mundo— al más banal. De esta manera marcamos el paso, vamos dejando huellas; en general, más bien estelas oscilantes para cumplir con la misión que se nos ecomendó por el mero hecho de nacer.
Pero no siempre ocurre esto. En toda vida humana, haya sido afortunada en mayor o menor medida, llega al menos en una ocasión la terrible situación de la incertidumbre, del desengaño, del miedo, del terror, del asco, de la desesperación. Ya nada importa. Aquellos estímulos que nos empujaban se nos antojan absurdos. El individuo atraviesa por un túnel atosigante en el que la luz de la ilusión ya no brilla. Ya nada importa. Nada. Es decir, sí importa algo: importa ese terrible vacío, esa dolorosa oquedad inubicable, esa falta de alma. Es el infinito silencioso de un universo huero, donde se afila el cuchillo de la angustia. Importa de tal manera que viene a la mente la terrible idea de poner fin a la vida. Es en este momento cuando se vislumbra un bosquejo de ilusión: la muerte. Esa ilusión va en aumento y es poderosa.
Sin ilusión ni siquiera habría suicidios. De ilusión también se vive... y se muere. Deseo que el repertorio de ilusión sea más variado y se opte por otras salidas más halagüeñas.
Pero no siempre ocurre esto. En toda vida humana, haya sido afortunada en mayor o menor medida, llega al menos en una ocasión la terrible situación de la incertidumbre, del desengaño, del miedo, del terror, del asco, de la desesperación. Ya nada importa. Aquellos estímulos que nos empujaban se nos antojan absurdos. El individuo atraviesa por un túnel atosigante en el que la luz de la ilusión ya no brilla. Ya nada importa. Nada. Es decir, sí importa algo: importa ese terrible vacío, esa dolorosa oquedad inubicable, esa falta de alma. Es el infinito silencioso de un universo huero, donde se afila el cuchillo de la angustia. Importa de tal manera que viene a la mente la terrible idea de poner fin a la vida. Es en este momento cuando se vislumbra un bosquejo de ilusión: la muerte. Esa ilusión va en aumento y es poderosa.
Sin ilusión ni siquiera habría suicidios. De ilusión también se vive... y se muere. Deseo que el repertorio de ilusión sea más variado y se opte por otras salidas más halagüeñas.