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EL SERPENTEAR de una vida, subir, bajar, entrar, salir, ir, venir, el flujo continuo de los acontecimientos, la búsqueda acuosa de la felicidad, porque, como dijo Zygmunt Bauman, vivimos en una modernidad cada vez más líquida, movediza, de largos despegues y aterrizajes. El budismo Zen defiende la tozudez del agua, que siempre encuentra un camino por muchos inconvenientes que se interpongan a su paso. Y en esas estamos hoy, no como Felipe VI, que hereda —por el mero hecho de ser hijo de quien es— un trabajo para toda la vida. La vida se compone de un permanente echar de menos y de un continuo proyectar. El Camino de Santiago se ve abarrotado de peregrinos que acuden al fin de la Tierra a pedir algo. Hay quien simplemente se va a Ibiza, pero todos buscan de alguna manera colmarse de algo, o colmar su espíritu. El peregrinar de las vidas: unos con fecha de retorno; otros, indefinido. Siguiendo el curso tozudo que enseña el agua. La vida de la gente, con muchos medios unos; otros, con lo imprescindible. Tantísimos mordiendo el polvo, haciéndose de nuevo, buscando un trabajo que les dignifique. Y que les ancle en tierra firme... o en el encanto de otra persona, en la benignidad de un clima. Alcanzar la esencia del agua es lo que queremos todos. ¡Cuántos no lo saben! Ese elemento imprescindible para la vida que puede llegar a ser más caro que el oro si no la sabemos cuidar, el producto más consumido del mundo. Aunque beber más agua de la necesaria puede provocar intoxicación y llevar a un edema cerebral o pulmonar fatal: hay corredores aficionados de maratón que han muerto de esta manera. Moderación en la vida para ser potentes. La gente quiere una vida buena, pero hay tantos problemas, ¡tantas carestías! Unos lo pueden casi todo y otros están sedientos, humillados, condenados. Repartir el carácter acuoso de la vida es la equidad primigenia que exige la altura de los tiempos. Entre la omnipotencia y la impotencia, ¿qué se da? Ni más ni menos que la potencia. La que alberga todo ser humano en su espíritu. Todo menesteroso también tiene sus recursos de vida y su poder. Compartir esa templanza es mejorar.
MONARQUÍA, anarquía, jerarquía, oligarquía... son palabras que tienen la misma raíz griega, αρχία, que significa ser el primero, mandar. Haciendo un leve repaso a la historia del mundo, se puede comprobar que es bastante difícil una sociedad sin "primeros", sin jefes. Todo aquello digno de mención lo realiza algún individuo, alguien que sobresale y está más capacitado que los demás, pero sin los cuales tampoco es realizable. El rumbo de la humanidad lo marcan los líderes, y creo que los necesita la sociedad actual para acabar con los graves problemas de falta de equidad y de distribución de la riqueza que nos acucian. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde y que la fe mueve montañas. Precisamente la confianza y la fe son virtudes de la persona que quiere gobernar un grupo, un equipo, una organización, un país. Suele hacer rápida elección de las decisiones más adecuadas, transmitiendo energía a sus congéneres. Su entusiasmo y su convencimiento son admirables y las personas se ven reflejadas en ese líder, confían en él y necesitan que de alguna manera les diga lo que tienen que hacer. Todo el mundo sigue a alguien, la sociedad normalmente se organiza así y más hoy, comprobado con la furibundia del fútbol y con debates tan acalorados como el apuntado, el de monarquía o república. Normalmente extrañaría la inexistencia de jefes, cosa de esos raros anarquistas. Hasta el 15M —que presumía de ausencia de mandamases— ha desvelado ahora uno de sus líderes, Pablo Iglesias, y gracias a ello y a la composición de una lista se ha podido votar y sacar adelante esa opción. Y en esas estamos, si Felipe VI puede ser o no un líder útil. Se opina mucho y se trata el tema en todo momento. Y esto tiene un riesgo también: el de la saturación. El público llega a saciarse, el exceso de información y de análisis hace que se produzca un hartazgo en la opinión pública que cede a lo establecido, a lo que propugna el devenir de los hechos y la inercia de los derechos adquiridos. Con lo cual llega un momento en que se evapora el furor que lucha a contracorriente y triunfa el afán del líder que pretende seguir siéndolo. Así que, como habrán deducido, tendremos monarquía para rato.
LA GENTE de la calle, que somos todos aquellos que cada día sentimos el desgarro social, que sufrimos la pena de los desahucios propios o de nuestros amigos, que sabemos de la desnutrición en niños en nuestros pueblos y ciudades, que nos entristecen y aterran las situaciones como los seis millones de parados, la falta de ingresos y la emergencia social generalizada; la gente de la calle, que hemos comprobado como se forran de miles y miles de billetes de quinientos euros los políticos nefastos y como la corrupción ha avergonzado al país, que tanto impune se ha librado y que el país necesita darse la vuelta como a un calcetín; la gente de la calle, apenas unos minutos después de que el presidente del Gobierno anunciara la abdicación del Rey, grita. Ulula y se mueve tras el discurso del rey dejando su herencia al príncipe. Y lo hace para pedir la convocatoria de un referéndum en el que la ciudadanía elija entre monarquía o república. Concretamente Izquierda Unida, Podemos, Equo y otras organizaciones y colectivos sociales están llamando a participar en concentraciones en las plazas de varias ciudades españolas para pedir una consulta en ese sentido. Cuando hay situaciones de crisis tan graves como la que nos agobia, no es descabellado preguntar a la gente y reestructurar o eliminar instituciones. La gente de la calle está cansada de lo obsoleto y de lo fastuoso. De la vieja casta política, por ejemplo. Y de la rancia monarquía, tal vez. A España, entre unas cosas y otras, se le han cargado demasiado las espaldas, está corporativizada. Los españoles tienen derecho a saber si quieren liberarse de esa carga. ¿Por qué no, sin secretismo, que se dé una discusión abierta y su correspondiente referéndum? El tema importa. Y la prueba son las movilizaciones en casi todas las ciudadades. El rey abdica y es hora de que la herencia de su poder recaiga en el pueblo. Las nuevas opciones políticas han surgido de este descontento también. No hay adversario pequeño, es absurdo que los partidos grandes quieran ningunear esta salida. La mejor manera de resolver este problema es que la gente vote si quieren que Felipe de Borbón herede la jefatura del Estado.
EL SISTEMA electoral garantiza que los partidos que ganan más escaños gobernarán la Eurocámara, pero está claro que los resultados del escrutinio en las elecciones europeas han supuesto un batacazo para el bipartidismo. PP y PSOE juntos superan por poco la mitad de los escaños, mientras el resto (IU, Podemos, UPyD, CEU, EPDD, C's, Primavera Europea) cuentan juntos con un bagaje de votos nada despreciable; es más, contundente. Son directamente una ululante y abarcadora presencia capaz de modificar la pesadez de lo establecido, la inercia de lo acostumbrado. Es una victoria con enjundia frente a la victoria pírrica de los "grandes" partidos, moles titánicas que corren el riesgo de convertirse en un futuro próximo en fantasmagorías, también amparadas en la ley de D'Hondt, fórmula que permite obtener el número de cargos electos asignados a las candidaturas en proporción a los votos conseguidos, seguramente injusta a veces. En todo caso, lo que cabe destacar es la sorprendente conquista práctica de nuevos partidos y el considerable aumento de las opciones más minoritarias. Son agrupaciones sin las manos atadas, sin esos problemas de la socialdemocracia donde las prácticas de gobierno no responden a las expectativas e ilusiones del electorado. Podemos o Ciudadanos, por ejemplo, brotan del fragor de la democracia, están integrados por auténticos entusiastas, personas que no conocen la dictadura, que han nacido en la democracia y su generación se fragua en los movimientos sociales más en boga; y con otra peculiaridad: pululan y ululan gracias a las redes sociales de Internet, son parte importante de las mismas, en una labor ingente de ejército de hormigas capaces de afrontar el cambio sistémico. Es decir, representan la modernidad más floreciente y combativa que tan nerviosos les pone a quienes creen que solo es necesario luchar por mantener su estatus como lo han hecho hasta ahora, obviando temas tan importantes como la solidaridad.
DISFRAZAN datos para anestesiar las conciencias. Ahora el FMI vuelve a presionar a España, cuyo gobierno estudia subir de nuevo el IVA y bajar el sueldo para mejorar la economía. Es una contradicción retener sueldos y subir impuestos, que lleva directamente a reducir el consumo. Uno de cada cinco españoles vive bajo el umbral de la pobreza. Es un dato del último estudio indicando que disminuye el riesgo de pobreza en España. Pero tiene truco: en 2012 la cantidad que delimitaba este campo era superior a la tomada estadísticamente ahora. Lo que hasta no hace mucho se tenía por una situación precaria —cobrar mil euros al mes— hoy por hoy es un privilegio. Las estadísticas colocan al mileurismo en un estadio de bonanza. Si se considera menos pobres a grandes grupos, lógicamente la media sube. Simple edulcoración de la realidad. El Gobierno ha llegado a aprobar medidas contra la pobreza, pero no ha presumido de ello, las ha medio escondido. Pero el desastre es más grave que nunca. La desigualdad en España es un problema que quieren disfrazar. Pero, ¿por qué? Sencillamente porque quienes mantienen su estatus (tantos como quienes lo han perdido) están protegidos por un sistema que colea, que está muriendo para dar paso a algo mejor pero que es una incertidumbre para los economistas. Protegen lo malo conocido y a los que no han perdido su trabajo ni les han desahuciado por el impago de hipoteca y han mantenido su nivel de vida. Es la pura reacción frente a los estertores de la costumbre y del final de un ciclo que ya no sirve. Pretenden vivir tan bien como siempre haciendo oídos sordos a la cruda realidad, cerrando los ojos ante unas exigencias de la altura de los tiempos que supera lo probado y comprobado. Mientras quien tiene el poder se aferre a lo establecido y no dé nuevas opciones ni permita que se abran surcos por los que dejar aflorar la distribución de la riqueza y la equidad, la cuota de paro seguirá siendo alarmante y la pobreza persistirá aunque la camuflen.
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